La dama del perrito
Olvidemos todo lo que de este cuento se ha
dicho. Olvidemos, sobre todo, la sentencia que lo describe como el mejor cuento
que se haya escrito jamás. Bajémoslo del pedestal en el que otros, que no somos
nosotros, lo han colocado sin nuestra opinión y, en primer lugar, leamos (o volvamos a leer) con tranquilidad, curiosidad y goce «La dama del perrito».
¿Qué? ¿Cuál es la sensación tras la lectura? ¿Se ha removido algo?
¿Poca cosa? ¿Nada?
Ahora, como sé que habréis seguido mi consejo, me
siento libre de contar el argumento de la historia. Si no es así, por
favor, volved al primer párrafo y no llegad al cuarto hasta haber disfrutado
del cuento como se merece.
Un hombre casado conoce a una mujer casada
durante unas vacaciones. Tienen un corto idilio y se despiden. Él parte hacia
Moscú y ella a San Petersburgo así que todo parece acabarse ahí. Sin embargo,
—y esto tampoco añade nada nuevo a la historia de las infidelidades— él piensa
en ella y quiere volverla a ver para ello miente en su casa y emprende el viaje
a la ciudad de la mujer para encontrarse con su amante. A partir de ese momento
serán oficiosamente eso, amantes. Y tendrán encuentros programados, furtivos y
secretos a lo largo de un tiempo. Ya he dicho que es el punteo exhaustivo de un
affaire común. El relato, para no romper su tónica, concluye cuando los el
hombre y la mujer, agobiados por la situación, el sufrimiento que provoca no
poder vivir juntos y un futuro impredecible que ninguno se decide a abordar,
hablan sobre qué va a ocurrir con ellos de ahí en adelante. Y fin.
Lo cierto es que si obviamos lo bien escrito
que está, cómo se suceden los hechos, se desgranan los personajes y sus
pensamientos, actos y diálogos, y que, aunque leve, advertimos cierta tensión
que no acaba de subir pero que tampoco decae, el resultado que notamos al
acabar puede ser precisamente ese; ¿qué ha pasado aquí? ¿Algo? ¿Poca cosa?
¿Nada?
Nabokov dijo «todas las reglas tradicionales
de la narrativa han sido quebrantadas en esta maravillosa historia de veintitantas
páginas. No hay un problema, no hay un verdadero clímax, no hay un punto al
final. Y es una de las más grandes historias que se han escrito jamás.»
Ese final es… sí, podemos decirlo; raro,
inconcluso. Hace que nos preguntemos: ¿Hemos acompañado a estos dos a lo largo
de todo ese lío extramatrimonial para que la cosa termine así? ¿Preguntándose
qué va a pasar mañana? Pues vaya.
Releemos toda la historia a partir de su
final y puede que por eso los finales tengan un peso tan definitivo. Pero no
todos los finales son lo mejor de las historias que leemos y si algo importante
se encuentra en cualquier buen relato, por muy sencillo que nos parezca, entonces
es que ese algo no está al final. Rebobinemos, a partir de un final
desconcertante, toda La dama del perrito y pensemos, analicemos con calma dónde
está ese algo que no vemos. Si está considerado de los mejores cuentos de la
literatura queremos saber por qué.
El relato de Chejov, y esto lo aprendí de
Richard Ford porque no es fácil ver lo que tenemos ante los ojos y benditas
sean las tutorías que hacemos unos con otras, fija nuestra atención no en la
pasión y el sexo sino en todo lo prosaico de la existencia; los pequeños
dilemas morales, la breve satisfacción y placer de los encuentros, el aburrimiento
de la vida en pareja, el cuestionamiento de todos nuestros actos carentes de
importancia ni sentido, las repetitivas e insulsas relaciones sociales. Es en
todo esto en lo que La dama del perrito se para, se detiene y nos lo muestra de
manera magistral con toda clase de detalles. Queremos pasión pero no vemos que
la pasión, toda pasión, se asienta en todo lo desapasionado y es lo que nos
enseña este cuento.
No en vano, Chèjov fue el último en añadir
adúlteros literarios al podio de Madame Bovary y Anna Karenina pero él, el
maestro, no podía repetir lo que ya hicieron Flaubert y Tolstoi, la pasión que
todo lo arrasa, que nos impide ver, pensar o comer, el morbo de la prohibición,
los remordimientos, los engaños y desengaños entre los amantes hasta la muerte…
todo esto ya estaba escrito (y de qué manera por quienes lo precedieron) así
que Chèjov va y nos muestra el reverso de todo adulterio: los pensamientos
serenos sin el desenfreno que provoca el calentón, las pequeñas elecciones
morales de cada día, la vivencia de lo clandestino desde la consciencia sin
aspavientos ni grandes dramas. No hay drama en esta historia de amor, ni
siquiera en «la otra parte», la de la mujer oficial y «engañada». No más que en
cualquier elección que tomamos en la vida. Esto ha pasado, nos conocimos, nos
acostamos, nos queremos y estamos en una encrucijada tan común y predecible que
no hace falta que nadie muera en las vías de un tren. Esa es la grandeza de La
dama del perrito, la grandeza de toda la obra de su autor. La vida sin héroes
ni heroínas, con sus contradicciones, su tedio, su aparente no pasar nada ante
un paso de los hechos feroz, implacable e inasible. Chejov no nos propone
pruebas a vida o muerte. Ya vivimos, aunque no nos demos cuenta, y moriremos,
aunque no lo queramos. De lo que puede suceder en medio, habla La dama del
perrito. Esa es su grandeza.
Un cuento donde no hay cuento. Hay vida. Eso
es Chèjov ¿Alguien da más?
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