Los restos del día

¿Existe una literatura masculina frente a una literatura femenina?¿Tienen rasgos diferenciadores? En una universidad americana, no recuerdo el nombre, un grupo de investigadores ideó un programa informático que adivinara, en base al lenguaje utilizado, si una novela había sido escrita por un hombre o por una mujer. Después de introducir un número elevado de novelas el programa solo dio un fallo. Según el informe emitido, Los restos del día habría sido escrita por una mujer. Y digo habría porque el autor, sin embargo, es el japonés Kazuo Ishiguro, Nobel de Literatura en 2016 y, hasta la fecha que se sepa, es un hombre.

Vi la película basada en el libro el mismo año de su estreno, allá por 1993. Se tituló para España: Lo que queda del día.
No me gustó demasiado, diré. Me pareció una película lenta, lentísima, en la que no pasaba nada. El cartel anunciador es exactamente el mismo que aparece en la portada del libro, y yo creí, no iba desencaminada, que se trataría de una historia de amor y pasión pero... no vi nada de lo que buscaba. Con diecinueve años que tenía entonces, ¿qué sabía yo del amor? ¿Y de la vida? Nada.

Veinticinco años después, he leído el libro. Veinticinco años en los que he vivido muchas cosas e, incluso, he aprendido algunas. Así que esta historia, lenta, lentísima se ha transformado ante mis ojos en algo bien distinto a lo que pude apreciar la primera vez en aquella sala de un cine de Huelva.

Un mayordomo (Mr. Stevens) emprende un viaje de ocho días, el primero de su vida, en busca de la señorita Kenton, antigua ama de llaves de la mansión en la que él ha servido desde hace más de cincuenta años. Las cosas han cambiado, las viejas casonas inglesas ya no cuentan con el servicio de antaño pero Mr. Stevens cree que a Mrs. Kenton podría interesarle volver para trabajar juntos.
A través de los paisajes de la campiña inglesa, sus pequeños pueblos y sus habitantes, el mayordomo hará un repaso por su vida, una vida que siempre ha estado unida a los señores a los que ha servido. Él ya es casi un anciano, ha consumido gran parte de sus días, no ha sucumbido a ninguna otra pasión que no fuera profesional y siempre ha permanecido en un correctísimo segundo plano, a distancia,  invisible, dando prioridad a las necesidades de su señor. Pero, ¿quién ha sido su señor? ¿a quién ha servido realmente toda la vida?, ¿merecieron la pena las personas a las que se consagró en cuerpo y alma?, ¿y si se ha equivocado? ¿qué sucede si todo lo que él creía justo, íntegro y honesto no lo fuera tanto?

Asombroso el arco emocional que recorre en esta novela el personaje. Leedlo y analizadlo porque el libro es, en sí mismo, un taller de escritura del que aprender mucho y muy bien. El personaje que inicia el viaje no es el personaje que llegará al final del mismo. Un trayecto en el que los y las lectoras, vamos a su lado, viendo, sintiendo y sobre todo presintiendo lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que va a pasar, Mucho antes incluso de que el protagonista se llegue a conocer, lo habremos conocido nosotr@s.

Un viaje de ocho días por toda una vida, por la dignidad de la misma, por el sentido de las propias decisiones, por el amor — claro que hay amor— y, también, aunque yo no la viera en aquel cine, por la pasión insoportablemente contenida.

En cuanto a la película, que estuvo nominada a ocho Oscar y no ganó ninguno, tiene escenas tan maravillosas como esta que aquí os dejo; yo la conozco como la escena del libro y, al buscarla en Google, aparece precisamente así. No fui nada original al archivarla en mi memoria.
Grande su doble diálogo —ese doble sentido que no se pronuncia—, lo que no se dice pero se desea decir, lo que no se hace pero se desea hacer, la lucha entre lo que es y lo que debe ser o, quizá, lo único que uno sabe ser. Y sobre todas las cosas que se dicen y no se dicen, está la mirada de Mr. Stevens. La mirada de él hacia ella cuando esta forcejea por coger de sus manos un libro.
Una mirada que lo encierra todo. Todo lo que queda.

Nota: ponedlo en pantalla completa 😏




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