Amor doncella cierva
¿Pudo el Cantar de los Cantares de la Biblia, poema entre los poemas, haber sido escrito por una mujer? ¿Cómo hubiera sido posible que algo escrito por una mujer fuera incluido en el Gran Libro de los maestros?
Su autora completa la narración con un epílogo y postfacio en el que nos cuenta de dónde surgió esa idea. ¿Recordáis el juego del oráculo durante la semana de la serendipia? Ella abrió la Biblia que tenía por casa al azar para encontrarse con el "Cantar de los Cantares". Leyó con detenimiento sus versos, que recrean el encuentro amoroso, carnal, sexual entre dos amantes, y lo vio claro: aquel poema tuvo que escribirlo una mujer. Desde esta certeza, Mónica Collado construye su hipótesis literaria (como ella misma la llama) y nos muestra el resultado en esta obra preciosa e íntima cuya fuerza nace de las palabras.
Adifa "la favorita" ha perdido a su madre siendo aún muy niña y son las doncellas de la casa de su padre quienes la crían. Estas mujeres, invisibles y apartadas de los hombres, lavan en la orilla del río las sábanas manchadas de sudor y sangre. Sangre de muerte o de vida pero siempre, sangre de mujer. Una suciedad que solo ellas pueden tocar y sufrir. Porque en "Amor doncella cierva" las mujeres sufren y ese sufrimiento es la línea que divide a las buenas y temerosas de Dios, de las malas, las inconformistas, las que no se resignan a un destino hecho de velos, aislamiento, silencios, golpes, abusos y esclavitud.
Adifa acompaña a su hermano Baruj a las clases que solo él puede recibir de un viejo maestro y así es como aprenderá a leer y a escribir mientras Buna, la más vieja de las criadas de la casa, le cuenta en la oscuridad de la cocina historias de brujas, de mujeres malas. Adifa cuestiona.
¿Qué es el amor, Buna? Buna gruñe, no quiere contestarle. ¿Por qué le habrá contado esa historia a la chiquilla? (...) "Di, dímelo". Adifa nunca pregunta pero hoy sí. Hoy Buna se ha hecho pequeña al contar esa historia mentirosa. "El amor es un ronzal. Una soga dulce que te rodea la cintura. Y alguien tira del cabo y tú ya no eres dueño de tus pasos."
Adifa. La favorita. La especial, la sensible, la niña callada. La mujer sin voz, que observa a su alrededor buscando algo que la salve de la desesperación. Será la escritura la que la salve de desesperar, de la locura y del olvido.
También la salva su amistad y hermandad con su doncella, Yla.
Yla cose. Cose ropa para su pequeño y también para Adifa. Las dos mujeres pasan la tarde en la galería, dando puntadas. "Así se sentó el destino una tarde, a hilar y a coser. Igual que nosotras", le dice Yla a Adifa, sonriendo. Su hijo está dormido, tendido cerca de ellas. "El destino quiso coser nuestras historias encima del mismo lienzo. Y aquí estamos, obedeciendo lo que mandó."
De "Amor doncella cierva" me quedo con su lenguaje antiguo, plástico, suave y rugoso. Un lenguaje ancestral, abisal y lleno de palabras y expresiones arcaicas que nos llevan al principio de los tiempos, cuando Dios era ley y castigo en un escenario desolado, duro y maltratador. Como los hombres. Como su marido, Raveh. Dueño y señor de todo lo que la tierra da, incluyendo a las mujeres, todas las de su casa, que son menos que nada.
El desdén de Raveh no tiene que ver con ella. Adifa no puede afrentarlo. Ese menosprecio del amo es un asco que estaba en él antes de conocerla, antes de que ella existiera incluso. Es el menosprecio que se siente por las cosas que no tienen ningún valor, que no tienen el valor de molestar siquiera. Así de insignificante es ella.
—Menuda historia... —comento la pasada noche del viernes mientras me acuesto. He estado leyendo esta novela a ratitos y me resulta difícil desconectar de ella para volver a la realidad.
Su autora completa la narración con un epílogo y postfacio en el que nos cuenta de dónde surgió esa idea. ¿Recordáis el juego del oráculo durante la semana de la serendipia? Ella abrió la Biblia que tenía por casa al azar para encontrarse con el "Cantar de los Cantares". Leyó con detenimiento sus versos, que recrean el encuentro amoroso, carnal, sexual entre dos amantes, y lo vio claro: aquel poema tuvo que escribirlo una mujer. Desde esta certeza, Mónica Collado construye su hipótesis literaria (como ella misma la llama) y nos muestra el resultado en esta obra preciosa e íntima cuya fuerza nace de las palabras.
Adifa "la favorita" ha perdido a su madre siendo aún muy niña y son las doncellas de la casa de su padre quienes la crían. Estas mujeres, invisibles y apartadas de los hombres, lavan en la orilla del río las sábanas manchadas de sudor y sangre. Sangre de muerte o de vida pero siempre, sangre de mujer. Una suciedad que solo ellas pueden tocar y sufrir. Porque en "Amor doncella cierva" las mujeres sufren y ese sufrimiento es la línea que divide a las buenas y temerosas de Dios, de las malas, las inconformistas, las que no se resignan a un destino hecho de velos, aislamiento, silencios, golpes, abusos y esclavitud.
Adifa acompaña a su hermano Baruj a las clases que solo él puede recibir de un viejo maestro y así es como aprenderá a leer y a escribir mientras Buna, la más vieja de las criadas de la casa, le cuenta en la oscuridad de la cocina historias de brujas, de mujeres malas. Adifa cuestiona.
¿Qué es el amor, Buna? Buna gruñe, no quiere contestarle. ¿Por qué le habrá contado esa historia a la chiquilla? (...) "Di, dímelo". Adifa nunca pregunta pero hoy sí. Hoy Buna se ha hecho pequeña al contar esa historia mentirosa. "El amor es un ronzal. Una soga dulce que te rodea la cintura. Y alguien tira del cabo y tú ya no eres dueño de tus pasos."
Adifa. La favorita. La especial, la sensible, la niña callada. La mujer sin voz, que observa a su alrededor buscando algo que la salve de la desesperación. Será la escritura la que la salve de desesperar, de la locura y del olvido.
También la salva su amistad y hermandad con su doncella, Yla.
Yla cose. Cose ropa para su pequeño y también para Adifa. Las dos mujeres pasan la tarde en la galería, dando puntadas. "Así se sentó el destino una tarde, a hilar y a coser. Igual que nosotras", le dice Yla a Adifa, sonriendo. Su hijo está dormido, tendido cerca de ellas. "El destino quiso coser nuestras historias encima del mismo lienzo. Y aquí estamos, obedeciendo lo que mandó."
De "Amor doncella cierva" me quedo con su lenguaje antiguo, plástico, suave y rugoso. Un lenguaje ancestral, abisal y lleno de palabras y expresiones arcaicas que nos llevan al principio de los tiempos, cuando Dios era ley y castigo en un escenario desolado, duro y maltratador. Como los hombres. Como su marido, Raveh. Dueño y señor de todo lo que la tierra da, incluyendo a las mujeres, todas las de su casa, que son menos que nada.
El desdén de Raveh no tiene que ver con ella. Adifa no puede afrentarlo. Ese menosprecio del amo es un asco que estaba en él antes de conocerla, antes de que ella existiera incluso. Es el menosprecio que se siente por las cosas que no tienen ningún valor, que no tienen el valor de molestar siquiera. Así de insignificante es ella.
—Menuda historia... —comento la pasada noche del viernes mientras me acuesto. He estado leyendo esta novela a ratitos y me resulta difícil desconectar de ella para volver a la realidad.
—¿De qué va? —pregunta César.
Y empiezo a contarle que trata sobre una mujer, una niña en la primera parte del libro, que nació hace tres mil años y que, de manera inusual, aprende a leer y a escribir. Pero cuando llego a este punto de mi narración pienso que, en realidad, es complicado e injusto contar de qué va "Amor doncella cierva". Y lo es porque esta historia no se puede contar en su plenitud, es necesario leerla.
Es necesario experimentar con Adifa el amor por Guever.
"Esta madrugada, antes de que saliera el sol, ya me llamaba su voz. Llegó hasta la alquería desde los montes, saltando las lomas. Mi deseo iba derecho a él, mojando los labios de los que todavía dormíais. Guever es como una gacela, se parece a un cervatillo. Se paró, oculto por la cerca y miró por las ventanas hasta que me vio. Desde la cerca me hizo señas. Me decía: levántate, amor mío, hermosa mía, y vente. Está lejos el invierno. No llueve. ¿Te vienes? La tierra está cubierta de flores y quiero escuchar una de tus canciones. ¿No oyes el arrullo de la tórtola? Tú eres paloma de mi viento. ¡Ven conmigo, hermosa mía, ven".
Es necesario experimentar con Adifa el amor por Guever.
"Esta madrugada, antes de que saliera el sol, ya me llamaba su voz. Llegó hasta la alquería desde los montes, saltando las lomas. Mi deseo iba derecho a él, mojando los labios de los que todavía dormíais. Guever es como una gacela, se parece a un cervatillo. Se paró, oculto por la cerca y miró por las ventanas hasta que me vio. Desde la cerca me hizo señas. Me decía: levántate, amor mío, hermosa mía, y vente. Está lejos el invierno. No llueve. ¿Te vienes? La tierra está cubierta de flores y quiero escuchar una de tus canciones. ¿No oyes el arrullo de la tórtola? Tú eres paloma de mi viento. ¡Ven conmigo, hermosa mía, ven".
Ya lo he escrito antes en otras entradas de este blog. No leemos por la historia en sí, leemos por las sensaciones que esa historia en concreto nos transmite. Leemos por vivir una experiencia (precisamente por eso es por lo que no leemos otras historias; por no mirar a través de los ojos del narrador, por no experimentar ciertas cosas).
Por eso no pude contarle a César de qué iba.
Por eso no pude contarle a César de qué iba.
—Tienes que leerlo.
Y tras leerlo, lee el Cantar de los Cantares. De principio a fin.
Allí están Adifa , Guever, Baruj, Yla, Raveh, Buna y todas nosotras.
Allí están Adifa , Guever, Baruj, Yla, Raveh, Buna y todas nosotras.
(...) Morena soy, oh hijas de Jerusalén, pero codiciable
como las tiendas de Cedar,
como las cortinas de Salomón.
No reparéis en que soy morena,
porque el sol me miró.
Los hijos de mi madre se airaron contra mí;
me pusieron a guardar las viñas;
y mi viña, que era mía, no guardé.
como las tiendas de Cedar,
como las cortinas de Salomón.
No reparéis en que soy morena,
porque el sol me miró.
Los hijos de mi madre se airaron contra mí;
me pusieron a guardar las viñas;
y mi viña, que era mía, no guardé.
Presentación del libro en Gerena |
precioso ¡¡
ResponderEliminarUf!, María. Está vez nos mete ganas de leer dos libros: Amor doncella cierva y El cantar de los cantares. ! Qué belleza!
ResponderEliminar