Réquiem por un campesino español

El escritor italiano Primo Levi dijo, en referencia al Diario de Ana Frank, que una sola Ana Frank nos conmueve más que las innumerables personas que sufrieron igual que ella. Y algo sabía Levi de lo que hablaba ya que él mismo fue prisionero en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Pues Réquiem por un campesino español, siendo como es tan breve, condensa en sus entrañas de poco más de cien páginas, veintiseis años de la historia de España (de 1911 a 1937) pero su sola lectura es suficiente para conocer qué ha sucedido en este país a lo largo del último siglo y cómo las ideas convertidas en odio han separado hombres y mujeres, en muchos casos con la muerte, de sus familias, casas y vecinos, y cómo el miedo y la necesidad a unos los convirtió en héroes o heroínas, y a otros en traidores a los demás y a sí mismos, indignos de hallar paz en nungún lugar de esta tierra.

La novela se lee y entiende por la sencillez y maestría con la que fue escrita y, ojo, que sencillo no es sinónimo de fácil. Fácil podrán ser otras cosas, nunca escribir.

Réquiem, cuyo título original fue Mosén Millán, abarca el reinado de Alfonso XIII y las luchas entre los partidos liberal y conservador, radicales y anarquistas, así como la aparición del socialismo, hasta la dictadura de Primo de Rivera, la crisis de la monarquía, después, y la proclamación de la II República que terminó en el fatídico alzamiento de Franco, desde Canarias, y dio inicio a la nauseabunda guerra civil.

En la pequeña aldea escenario de Réquiem, conviven campesinos encarnados en la figura del niño Paquito, quien de mayor será Paco, el del Molino, y que representa la justicia y la dignidad de los desheredados. Las mujeres que van a lavar a la plaza o a charlar al carasol, centro de las habladurías y dijendas, están retratadas en la Jerónima, saludadora y descarada, cuya voz o no es tenida en cuenta o se apaga empleando la fuerza. El sentido común, reflejado en el zapatero, se castiga por una sociedad que solo admite extremos, y las tres familias pudientes, tres, para un pueblo tan chico; se dibujan en las figuras de don Valeriano, don Gumersindo y don Cástulo Pérez, encargados de cobrar las rentas de las tierras y, de paso, vivir de ellas. Por último Mosén Millán, párroco de la iglesia y padre espiritual de todos los bautizados, al que el narrador sigue de manera íntima a través del estilo indirecto libre que nos sumerge en su cabeza, sus pensamientos más amargos y sus saltos atrás en el tiempo —alguno de casi treinta años— para, con el contrapunto perfecto del monaguillo que tararea una copla popular que anticipa y sostiene la tragedia, descubrir cómo y porqué la novela empieza momentos antes de que se oficie un réquiem.

Destaco dos escenas; la de Mosén Millán y Paquito yendo a las cuevas, que hay a las afueras del pueblo, para que el cura dé la extremaunción a un pobre hombre que se está muriendo sin más compañía que la de una pobre mujer. Los ojos de Paquito, horrorizado, contrastan con los del cura quien solo piensa en salir de allí y no volver a mirar atrás.
Y la escena del caballo dentro de la parroquia, desbocado, salvaje, imposible de atrapar por los tres cobardes que intentan darle alcance sin conseguirlo.

Destaco un símbolo, el reloj. Un reloj que fue de Paco y cambia de manos, puede que para acusar con su sola tenencia el tiempo que le fue robado a todos aquellos que solo tuvieron eso; tiempo, pero también se les arrebató.

A veces, lo breve, es suficiente. Como un rayo, un resplandor y el trueno, que duran apenas unos segundos y nos hacen presagiar de manera cierta la tormenta que está por caer.

Comentarios

  1. Nunca leí ese libro. A mis amigas les tocó en el instituto. Yo leí otro en su lugar, no recuerdo cuál.
    Me hablaron tanto de la angustia y el asco que sintieron al leerlo, que jamás pude con él.
    No sé si son calificativos aplicables a la historia, porque no la he leído, pero con 15 o 16 años eso fue lo que les provocó.

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  2. Y no me extraña. Hay historias que se queman en la hoguera por su obligación de ser leídas a edades que no se pueden comprender.
    La vida te enseña los libros, que decía Yourcenar.

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