La calle de los jueves


Nuestra vecina del 3º A, Rosa Doncel, nos facilita este dibujo para no perdernos por la finca

En el 13 Rue de Los jueves, el vecindario lleva una convivencia llamémosle "complicada" durante el confinamiento. Para tratar de resolver esas fricciones, convocan a través de su administradora de fincas, la joven y bella Mary Mor, una reunión en la que mediante sus cartas (no pueden reunirse físicamente), expondrán quejas, ruegos y sugerencias varias.

A continuación, les presento a los vecinos rellano por rellano. (No se encariñen con ellos porque ninguno es lo que parece).

Lean y pasen un muy buen rato.


ORDEN DEL DÍA

*Recuento de asistentes*


Portería: Carmen Picaporte es portera de cuarta generación y, como hija única, heredó de sus padres piso y trabajo en el número 13 de la calle del jueves. Nadie entra o sale del bloque sin que lo sepa y nadie le pisa el suelo fregado sin apechugar con las consecuencias. Canta coplas de Mari Fe de Triana y recita de memoria buena parte del sainete de Jardiel Poncela; Usted tiene ojos de mujer fatal, mientras pasa el mocho por los rellanos y mira debajo de cada felpudo porque, según le contó su abuela, ahí se esconden los secretos de cada familia y también, esto ya lo dice Carmen para sí, una jartá de mierda.

Portera suplente: Pía Sampaio, chilena indocumentada que llegó al país como tata de una familia compatriota y adinerada que la echó a la calle en cuanto descubrió que metía en su habitación al novio, un norteamericano fornido que no había manera de camuflar en un armario. Un día paró la bicicleta en la frutería de Ricardo para comprar una naranja y escuchó a Carmen, la portera, decir que necesitaba una sustituta para irse a Benidorm (cada año se larga una semana a recargar pilas). Desde entonces, Pía se gana un dinerillo eso sí, sin contrato. Es rústica pero buena chica, metiche pero trabajadora. Y sigue metiendo al novio, fanático de los Kiss, en la pequeña portería pese a que Carmen le dejó dicho que a su casa no podría traer hombres.

Frutería: Ricardo Perejil regenta la frutería del único local comercial del edificio. Hombre tímido y amable, cuida del género como pocos en el barrio y saca lustre a manzanas y plátanos con un celo encomiable. Eso sí, en su casa no mueve un dedo para limpiar nada. Es un tendero de trato amable que sabe vender como nadie pero no debe ser muy feliz en su matrimonio a juzgar por las confianzas que se toma con ciertas clientas a las que hace descuentos sensacionales y se empeña en llevarles las bolsas él mismo hasta sus casas. Agradece a Pedro Sánchez como pocos que no le cerrara el negocio, no por ver mermados sus ingresos sino por no tener que convivir todo el día con su santa.

Primero A: Pedro Salinas. Profesor particular de literatura y poeta frustrado. Recibe en casa a chiquillos de barrios pijos a los que trata de instruir en el noble arte de las letras aunque sueña con, algún día, ver publicados sus versos y mandar a tomar por c… (ejem) a los pequeños tiranos que cada tarde confunden el romance con las odas y los sonetos con la cuaderna vía. Desde que no puede trabajar, se pasa el día declamando estrofas a voz en grito y aporreando las teclas de una vieja máquina de escribir que compró de regateo, como no podía ser de otra manera en el mercadillo de los jueves, y tiene de los nervios a doña Teresa (vecina de arriba). Sin embargo, don José Luis (vecino de enfrente) encuentra muy musical su ruido y trata de acompañarlo al compás con su piano.

Primero B: Vecino de rellano de Pedro Salinas, vive alquilado don José Luis Retruécano. Músico también jubilado que de joven vivió en París y tocó el piano en la sala del Folíes Bergere. Ahora, alejado ya de los focos, las mujeres y la fiesta, gusta de tocar el instrumento en la intimidad de su hogar por lo que cada tarde a las ocho, desde que empezó el confinamiento, abre las ventanas del balcón de su piso e interpreta con gusto exquisito y para deleite de sus vecinos «Para Elisa». El resto del día lo pasa ensayando la misma pieza una y otra y otra vez y escribiendo largas cartas que dirige a su casera, Ada Pastizal, para que le baje el alquiler durante estos meses de encierro.

Segundo A: doña Teresa de Melindres y Salústregui, es una dama de la alta burguesía granadina venida a menos que tuvo que vender a un fondo buitre su mansión en Las Alpujarras para acabar mudándose a este pisito de sesenta metros cuadrados con suelos de terrazo. Para ganarse algún dinerillo, aunque ella solo acepta la voluntad, echa las cartas en un canal de YouTube con el nombre artístico de «Teresa, la médium condesa» y se pasa el día quemando incienso alrededor de una bola de cristal que no es más que una tulipa bocabajo de la lámpara del salón. Tiene un chihuahua, «Salomón», al que mima, habla y viste como si fuera un niño, pero que ladra y muerde al más mínimo descuido. Es la única del bloque que puede salir a la calle para sacarlo a pasear y se pavonea de ello. Compré a Salomón porque yo sabía lo que se nos venía encima, le comenta a Carmen cada vez que baja.

Segundo B: doña Caridad Hostelinni ha convertido su piso en una casa de huéspedes. Mujer afable y risueña, complementa su exigua pensión de jubilada con el alquiler de camas. Su clientela, de todo tipo y pelaje, se pasa el día y la noche entrando y saliendo del inmueble maleta de ruedas en mano. Es imposible darle una queja en persona ya que su sonrisa y los rosquillos fritos que ofrece a todo el que llama al timbre, desarman a cualquier ser humano con corazón. También a Carmen, la portera, que lo ha intentado mil veces y mil rosquillos se ha comido. Ahora está a dieta, así que ni lo intenta.

Tercero A: Jesús Giro y Rosa Doncel, más cuatro niños que han ido llegando desde que compraron el piso recién casados hace ahora, justos, cuatro años. Nadie sabe a ciencia cierta cómo se organizan en los reducidos sesenta metros del pisito y las dos únicas habitaciones de las que disponen. El jolgorio del tercero A es conocido por el resto de vecinos quienes no dejan de escuchar los gritos de Rosa: ¡¡Qué ganas tengo de que abra el colegio de una vez!! , y los lamentos de Jesús: ¿¿Por qué no me hice antes la vasectomía?? Se sospecha, y hasta se hacen porras en la escalera, que están esperando el quinto.

Tercero B: Gabinete Psicológico 24 horas: CE&MA. Cecilia Madriles y Maite Mazorca son socias y psicólogas del gabinete que, al ser declarado como actividad esencial, sigue abierto durante el estado de alarma. No dejan de entrar y salir pacientes a cualquier hora, cosa que a sus vecinos de rellano les parece sospechosa. Pero lo más sospechoso de todo son las goteras que se han filtrado hasta la casa de doña Caridad, quien cada semana sube las escaleras, bandeja de roscos en mano, para las dar quejas pertinentes por las humedades que tiene sobre el techo de su bañera donde, al parecer, aloja alguna vez a huéspedes. Si ellas no viven allí (o eso creen); ¿A qué viene llenar la bañera?? Se lamenta con Rosa, a la que suele dar rosquillos para los críos y de paso pegar un poco la hebra.

Ático: Manuel Valdetiestos. Maestro yogui, vegano, naturista, senderista y piragüista, paraba poco por su casa hasta que el encierro le impidió salir de la misma. Añora con ansiedad Caños de Meca, hacer puenting y trekking, y se pasa el día fumando marihuana (que sus vecinos más próximos huelen) mientras llora por las noches con Lo que el viento se llevó. Pide fiado a Ricardo que le suba la fruta y la verdura hasta casa (es extremadamente hipocondríaco) y le promete, aunque nunca materializa sus promesas, que le pagará un extra si mete en la bolsa unas latas de cerveza. Algunas mañanas se pone a gritar desnudo desde la terraza que se aproxima el fin del mundo ante la mirada atónita de unas monjitas de clausura cuyo convento linda con el edificio.

Alcantarilla: Araceli «Criss», en honor al batería de Kiss, su ídolo y con el que jura haber tocado a dúo en un festival de Logroño en los 80 (no hay pruebas reales de ello). Tiene alquilado el subsuelo a doña Caridad, o eso le dice ella constantemente a Carmen cuando pasa la escoba por allí y al resto de vecinos que se quejan del ruido, y amenaza con llevar a los tribunales a quien pretenda desahuciarla. Nadie sabe cómo ha metido una batería por el hueco de la alcantarilla pero el caso es que la metió y ahora la toca todo el día sola o en compañía de otros miembros de su banda: los Kiss de Torrijos, como se hacen llamar.

*Turno de Quejas y sugerencias*

Carta de la portera sustituta, doña Pía Samapio

Excelentísima Administradora de las Comarcas de por aquí y por allá...
Srta. Mary Mor
Aljarafe
Motivo: Los vecinos de la Rue de los jueves 13
Estimada señorita Mor:
No se haga muchas ilusiones con esta carta. Don Pedro, del primero A, fue quien me conminó a escribirle, a pesar de mi condición de iletrada e indocumentada. Él dice que vivimos en una democracia y que mi voz se debe escuchar, a pesar de que tengo la impresión que doña Tikis Mikis que vive justo arriba, no le parece lo mismo. Cada vez que paso con la escoba por la segunda planta, que en buen chileno, no es más que el tercer piso (qué manía de los españoles de empezar a numerar el piso primero, en el segundo. Cada vez que subo las escaleras quedo con la lengua afuera pensando que el ático queda en el cuarto piso, cuando en realidad es el quinto. Debe ser para no tener que cumplir con la reglamentación de poner un ascensor, digo yo.)
Como le decía, la señora Melindrina, nada más me ve subir, abre la puerta, me mira de reojo, arruga la nariz y espera a que doña Caridad abra la suya, pues sabe que esta última me regala rosquillos fritos, que yo acepto con humildad, pues no tengo mucho que comer. Ahora último, eso sí, con esto de la cuarentena y la falta de harina, le están saliendo un poquito apelmazados. Doña Melindres, nada más ve a la señora Hostelinni, le grita desde su distanciamiento social como si yo fuera árbitro de fútbol: ¡Así es como estamos en España! ¡Invadidos! ¡Llenos y llenas de inmigrantes que nos quitan el trabajo! Si, sí, señora Mor, que a pesar de su alcurnia, doña Melindres utiliza vocabulario inclusivo. Yo creo que lo hace nada más que para incluir en su filípica a su perrito Salomón. Y sin más, como si fuera la Reina de Inglaterra, de abrupto sonríe y saluda con su mano derecha al Perejil, quien silencioso arrastra dos bolsas repletas de fruta que viene repartiendo por el edificio desde las 8 de la mañana y me deja el piso sudado y polvoriento. Por lo que lo de la democracia, me la tendré que pasar por el poto, señorita Mor, perdonando la expresión. Que poto, no es una comida de bebés ni una plantita, por si necesita que se lo aclare.
Como le decía, don Pedro me azuzó a escribirle. Y se ofreció a corregirme la ortografía y redacción, que vamos, a escribirme la carta entera, mientras yo le iba dictando. Eso sí, me he tomado algunas licencias, pues yo no podía expresarme en todo mi esplendor delante de él, y al final le dije a mi gringo, que él sí que es educado, pues estudió en la Columbia University, que me la revisara. Mi gringo, por si no sabe, es mi novio, quien me está acompañando en esta suplencia, en la casa de Carmen, la portera, que probablemente le dijo que se iba a hacer una operación de los ojos, pero para mí que se fue al Corte Inglés a comprarse una gafas de sol y salir cascando a Benidorm, que le escuché decir, que esto de la cuarentena era una mentira del gobierno y que ella quería verlo con sus propios ojos en la playa. La muy lista, me tiene amenazada, y me ha tirado toda la basura que tenía pendiente como las lentejas de la Cenicienta. Y sin mucha explicación. Yo había hecho una suplencia aquí hace un año, y esta gente ha cambiado mucho.

La niñas del Tercero B, que antes eran muy abiertas, sonrientes y me daban consejos gratuitos para llevarme mejor con mi madre por whatsapp, hoy en día me tengo que sentar en la escalera por horas y escucharles todas sus cuitas. Me hacen perder unas cuantas horas de trabajo que nadie me compensa. A mí me dan pena, por lo que las escucho igual. Doña Ceci, dice que la única manera que le venga la inspiración para escribir su tesis para su máster de Psicología Fundamental es llenando la tina con sales del oriente, y velas que le roban a la Virgen de la Macarena. Con el ruido del agua de la tina, la señorita Maite aprovecha para hacer pasar a "los pacientes" a las horas más intempestivas. Más de alguna vez he visto al Perejil, al ruliento del ático e incluso al mismísimo don Pedro, entrar por la puerta del tercero B. Se me hace que con la que se arma adentro, se les ha olvidado más de alguna vez, apagar el grifo de la tina. O quién sabe, a lo mejor la inspiración llega más de prisa de a dos, incluso tres, o cuatro.
Y ¡para qué le cuento de la familia Giro Doncel! Uf, a esos dos no les vendría nada mal una sesión con las señoritas Ceci y Maite. De lo que sea. En las noches, cuando el cuerpo no me deja dormir, me he despertado con los gritos de un bebé, o un gato, aunque mi gringo dice que ahora que nadie está en las calles debe ser un zorro. La cosa es que yo me acuerdo de un cuento de la argentina Claudia Piñeiro que escuché en mi móvil mientras barría cerca del tercero A. En el cuento, una pareja que había alquilado de manera temporaria un departamento a una agencia sospechosa tras la muerte súbita de su hijo, comienza a escuchar gritos por las paredes del departamento contiguo. Se me eriza la piel de solo pensar que eso mismo está ocurriendo en el tercero Al chiquitín de la familia le ha dado con imitar al chihuahua de la Melindres, con la ilusión de que lo saquen a pasear. La última vez que la señora Rosa le cogió de la mano y lo invitó a sacar la basura, el crío meó todita la escalera, que este pechito tuvo que limpiar, por supuesto. Cuando la madre lo regañó, el niño le respondió que se había tardado mucho y que los perritos tenían que salir por lo menos dos veces al día.
Y el ático, Señor y Dios mío. Si yo alguna vez llegué a fantasear con echarme un polvito con el señor Valdetiestos, le digo que ahora se me han quitado todas las ganas. Anda con el pelo suelto, que parecen rastas de lo poco que se lo peina y tiene inundado el edificio de un olor apestoso a marihuana que se acumula en los rincones más difíciles de limpiar. Ha engordado bastante, ya que tanto porro le ha aumentado el hambre y la sed, por lo que ya no es un agrado verlo empelotas asomado a su balcón. Habría que hacer algo urgente con este señor, pues un día de estos se nos tira por la ventana y me ensucia la acera.
Finalmente, necesito decirle que don Pedro, por muy amable que haya sido con su ofrecimiento de escribirme la carta, se las trae con el señor del frente. Tengo entendido que se le para cada vez que toca el piano el señor Retruécano, lo que significa que anda empalmado todo el día. Carmen me contó en su día, que don José Luis en sus tiempos mozos en París, tenía una amante muy fogosa, que se llamaba Elisa, y que lo tenía tan activo, que siempre se le oía gritar en los momentos álgidos, ¡Para, Elisa, para! De ahí que se haya quedado pegado con la pieza aquella. Y no es por nada, pero el otro día lo escuché gritando ¡Para Elisa, para! y la voz no salía del primero B, sino que del mismísimo salón de don Pedro.
De lo que sí no me puedo quejar es de la señorita del subterráneo, pues tiene muy a gusto a mi gringo, que no se pierde ninguno de los ensayos de los Kiss de Torrijos incluso ahora que practican por Zoom.
Eso es todo, señorita Mor. Esperando que se encuentre bien de salud y libre de coronavirus.
La saluda atentamente,
Pia Sampaio, portera sustituta.

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Carta del frutero (local comercial), don Ricardo Perejil

Querida señorita:

Desde un rincón de esta celda, en la que me encuentro pagando por mis errores de aquellos días aciagos, le escribo esta carta con la esperanza de que mis torpes palabras hagan mella en su corazón.

Recuerdo los días en que aparecía por la frutería para reclamar el pago de las cuotas de comunidad atrasadas. Entonces descubrí en la suya un alma cargada de ternura. Yo incurría con frecuencia en nuevos retrasos, solo con la esperanza de que, tarde o temprano, recibiría de nuevo su visita.

Luego llegó el periodo del confinamiento y usted sustituyó las visitas por impersonales avisos a través de correo electrónico. Esta vez sí que había razones para mis cada vez más acusadas demoras. El cierre de bares y restaurantes de la zona había disminuido de forma notable mi facturación. Pero habría mendigado, habría robado para conseguir el dinero si con ello tuviese la seguridad de verla aparecer de nuevo por la puerta de la frutería.

Todas las tardes a las ocho, me llegaban desde el piso de arriba, mezclados con los aplausos, los compases al piano de una romántica sonata con nombre de mujer. El intérprete era un distinguido caballero con el que compartí alguna que otra copa de aguardiente en la frutería. Mientras le despachaba, me hablaba de los tiempos memorables del Folíes, en los arrabales de París. Me contaba hasta los detalles más íntimos de su aventura amorosa con la empleada de una sastrería llamada Therèse. Yo fantaseaba y me imaginaba que era él y me veía con toda claridad, en la cálida habitación de una pensión de Montmatre, junto a ella. En mis pensamientos, la joven costurera tenía su cara, la cara de usted, querida señorita.

Después llegó ese día en que los niños pudieron salir a la calle. Veía pasar por la puerta al matrimonio Giro y Doncel con sus cuatro diablillos. Ella lucía una barriga que denotaba su avanzado estado de gestación. Yo la imaginaba a usted en su lugar y me imaginaba a mí, algo más adelantado, con aquella pandilla de alegres criaturitas, saltando los azulejos desgastados de las aceras.

Muchas veces trataba de alcanzar al vuelo los poemas de amor que declamaba a voz en grito el pirado del primero, un poeta frustrado que al parecer trataba de expresar de esa manera su incapacidad para soportar los rigores del encierro. En poco tiempo recopilé alguno de aquellos poemas con el propósito de ir mandándoselos a usted como respuesta a sus correos, como si fueran míos, pero siempre me arrepentía en el último momento. A veces pienso en lo distinto que hubiera sido todo si me hubiese atrevido a hacerlo y, por una remota casualidad, hubiese recibido una respuesta alentadora de su parte.

Estaba tan convencido de que, si usted quisiera, mis sueños podrían llegar a convertirse en realidad que incluso temí que mis propios pensamientos me traicionaran ante la clientela. En concreto, me intranquilizó la escrutadora mirada de la condesa pija del segundo A, la que se hacía llamar “Teresa, la médium condesa”, mientras le encartuchaba medio kilo de peras conferencia. Y qué decir de aquella extraña pareja de psicólogas del Tercero B, que estuvieron a punto de airear todas mis vergüenzas en un rápido psicoanálisis cuando retiraba las cajas de kiwis para acceder al cajón de tomates gigantes de Cazalla. No tiene sentido, pero de sus murmuraciones me pareció entender que con su jugo podían llenar media bañera.

Nunca me perdonaré por el daño que sufrió usted como consecuencia de mis actos irreflexivos. Me llena de amargura haber sido el responsable de que usted perdiese su trabajo y la inhabilitasen de por vida en el Colegio de Administradores de Fincas. La acusaron de los continuos cortes de luz que sucedieron en los días anteriores al desastre y yo fui el causante. La acusaron de no tomar las medidas necesarias para evitar el incendio que redujo el edificio a ruinas y el causante había sido yo.

A veces la adversidad se presenta encarnada en las formas más extrañas y a mí se me presentó en la figura de Valdetiestos, el vecino yonqui del ático. Al principio me pareció descabellada su proposición, como un modo de compensarme por todo lo que me debía, puesto que durante el confinamiento no me pagó ni un solo de los pedidos que yo le llevaba en persona. Pero más tarde entendí que el negocio que me proponía, con una pequeña inversión inicial podría reportarme grandes beneficios. Si todo iba bien podría empezar de nuevo y por fin tendría algo que ofrecerle a usted.
Así que vendí en el mercado negro un antiguo reloj de carrillón que tenía como herencia familiar y monté una plantación de marihuana en el sótano anexo a la tienda. En el mismo mercado negro adquirí las plantas y unos focos lumínicos de segunda mano que venían a consumir más o menos el equivalente en kilowatios al resto de los pisos del edificio. De ahí los frecuentes cortes de luz. Me habían asegurado que los focos eran de “alta sensibilidad”. Yo pensé que se referían a una cualidad que redundaba en el rápido crecimiento de las plantas. Descubrí demasiado tarde el verdadero significado del concepto.
Pero no todo fue culpa mía. Yo no tuve la culpa de que, haciendo honor a su nombre, Doña Caridad, la vecina del Segundo B, que regentaba en su pequeño piso una pensión pirata, alquilara el subsuelo del edificio a aquella extraña chica con la condición de que no dejase abierta la tapa de la alcantarilla cuando saliese por las noches. Tampoco tengo la culpa de que la chica punki se dedicase a ensayar, a tan solo unos metros de la plantación, acompañada a la guitarra eléctrica por aquella chilena sin papeles que sustituía a veces a la portera, ni de que con las vibraciones provocadas con su frenética interpretación de “Roll and Roll all nite” de Kiss, se produjera un brusco recalentamiento de los focos lumínicos, que ocasionó que en pocos minutos el edificio quedase envuelto en llamas con la facilidad de una hoja de papel. Fue un verdadero milagro que justo en ese momento la totalidad de la vecindad se encontrase en la calle, celebrando el final del confinamiento.
Dentro de unos meses cumpliré las tres cuartas partes de mi condena y entonces es muy probable que me concedan el tercer grado. Antes de que ocurriese aquella desgracia conseguí reunir con el negocio unos sustanciosos ahorros con los que podría empezar de nuevo. Tal vez, ¿por qué no?, podría mudarme a París y buscaría un pequeño local para abrir una frutería. Podría alquilar un pequeño apartamento en aquel barrio arrabalero. Y podría proponerle que viniera conmigo, si usted quisiera. Juntos emprenderíamos una nueva vida que esta vez nos pertenecería a nosotros dos por entero.
Me despido de usted y le brindo mi amor incondicional.
Postdata: He preguntado en la dirección del Centro y me han dicho que el próximo miércoles a las seis tienen hueco para un bis a bis, por si le apetece que lo hablemos en persona.
Si usted quisiera.

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Carta del vecino del primero A, don Pedro Salinas

“¡Cuál gritan esos malditos!
Pero, ¡mal rayo me parta
si en concluyendo esta carta
no pagan caro sus gritos!”

No son palabras mías, mi joven y bella administradora. Ya las pronunció el inmortal Zorrilla, por boca de su don Juan Tenorio, harto de que sus vecinos pusieran a las ocho en sus gramófonos música de zarzuela, el reggaetón de la época.

Sabe Dios de mi paciencia infinita, probada en el crisol de esas clases particulares a niños pijos y cenutrios, con las que malgano para mi pobre aliño indumentario, en espera de que algún editor confíe en mis escritos. No obstante, lo que ocurre aquí desde que comenzó este penoso confinamiento, supera todos los límites de la paciencia en la escala Job.

“¡Ay, querida Mary Mor,
en esta comunidad
pasan un montón de cosas
que contaré en rima y prosa
sin faltar a la verdad!”

Y es que, por ejemplo, nuestra portera de toda la vida, doña Carmen Picaporte, nos ha dejado temporalmente. No sé si le han echado mal de ojo o tiene mal los ojos, pero el caso es que añoro sus gritos, su retranca andaluza y hasta su olor permanente a lejía Conejo. A cambio, nos ha contratado usted a una tal Pía, que me contó la otra tarde, cuando bajé a tirar la basura, que se había venido de Oregón huyendo de las tropelías del siniestro personaje que por allá tienen de presidente, aunque ella es de la tierra de Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Huidobro, Enrique Lihn, Roberto Bolaño o el gran Neruda.

Por cierto, a algunos de esta escalera les diría yo aquello de Neruda: “Me gusta cuando callas, porque estás como ausente…”

Especialmente a las criaturitas de los prolíficos vecinos del 3ºA, Jesús y Rosa, que piensan levantar la media de natalidad española ellos solos. ¡Y luego se quejaran en sus coles de que sube la ratio! Hoy domingo los he visto sacando a pasear a sus gremlins. El más pequeño le ha tirado una patadita al chihuahua de otra vecina, doña Teresa de Melindres, que, por lo visto, se está haciendo de oro con el rollo de los poderes adivinatorios, pero que tiene toda la escalera con una peste a incienso que echa para atrás.

Mi vecino de planta, en cambio, don José Luis Retruécano, es un hombre encantador, antigua gloria del music hall de París que, según cuenta, vivió en sus tiempos un romance tórrido con Edith Piaf. No hay que creerle nada, porque fabula más que habla, pero lo aguanto porque es un buen instrumentista y cuando yo aporreó mi máquina de escribir, él me acompaña y salen cosas así:

(suena “La máquina de escribir” de Leroy Anderson)
La máquina de escribir Lery Anderson

Peor es la vecina nueva, una tal Araceli, que en su día habitó nuestro bloque y al llegar la última ocupa el subsuelo de nuestra comunidad, cual nuevo fantasma de la ópera, tocando la batería en las noches de luna llena.

También tienen mucho que ocultar las psicólogas del 3ºB, que se están haciendo de oro con las neuras que le están entrando a la gente con el encierro. Aunque yo, cuando me las cruzo, no me atrevo a hablar con ellas, porque veo que me miran con ojos golosos como posible paciente. Quien sí les tira los tejos, a las dos indistintamente, es nuestro frutero, Ricardo Perejil, que se ofrece a subirles las bolsas y aprovecha para mirarles el culo, que lo sé yo. También es cierto que sus compras de plátanos, pepinos y calabacines dan que pensar en estos tiempos de encierro, pero la salacidad del frutero me enfurece. Sin embargo, no me atrevo a hacerle frente.

La vecina del segundo B, doña Caridad, es una mujer encantadora, que llama a mi puerta, siempre con su mascarilla, eso sí, para ofrecerme un caldito o unos roscos. Sin embargo, en su piso entra y sale gente rara y dicen las malas lenguas que ha montado una pensión pirata. A veces, me asomo a la ventana y no puedo menos que gritar: ¡Cállense, por Caridad!

Y me dejo para el final a la joya de la corona, el okupa del ático, un hippie nudista que debe dos años de comunidad y se pasea en pelotas por la azotea comunal fumando cigarritos de la risa y prometiéndome que hará conmigo un “irreverente” (que no sé lo que es) eso sí, cuando me muera.

En fin, señorita administradora, yo escribía esta carta para amenazarla con denunciar a toda la comunidad, pero, ¿sabe qué?, escribiendo sobre las rarezas de mis vecinos me he dado cuenta de que yo también soy uno de ellos, que también tengo una pedrá bien dada y que los necesito, con sus ruidos, sus neuras y sus musicas.

Así que, ahora mudo mi propósito y le pido a usted que se venga a vivir con nosotros. Siempre le encontraremos un huequito en el ascensor o en el cuarto de contadores.

Pedro Salinas Parody

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Carta del vecino del primero B, don José Luis Retruécano

—Alexa, pon música actual.

(Suena música).
Echo de menos Kiko Veneno 

Bueno, a ver cómo me sale hoy la carta.

«Distinguida Señora:». No, demasiado formal. A ver «Estimada casera:». No, no, ¿cómo voy a dirigirme a ella como casera, aunque lo sea? Ni que le fuera a echar tinto encima. Probaré sin rodeos, «Querida Ada:». ¡Uf!, excesiva familiaridad, no justificada de momento. No estoy inspirado ni para el comienzo. Además tengo la atención puesta en la música. Me recuerda al frutero. Hay que ver lo bien que canta y toca el tío. Y encima hace duetos con la amiguita que tiene ahora, que canta como las Angeles. Esperemos que no haga tríos. Aunque para tríos los que se monta mi vecino de enfrente, el escritor, con las del tercero B. Terapéuticos, supongo. Dice que está tan mal que necesita dos psicoterapeutas simultáneas en cada sesión. En estéreo, vamos, y con el ruido de fondo de los cuatro niños de enfrente y los gritos de sus progenitors. Si es que la literatura no tiene cura.

En fin, voy a ver si sigo.

«Querida Ada: Ya habrá notado en mis últimos mensajes la admiración que siento por usted. No voy a repetir cosas que ya le he escrito, pero sí añadir algo más. Es el cariño que le profeso, el corazón demanda primero placer…» ¡Uy!, qué directo... Bueno, ya arreglaré después el saludo y un primer párrafo introductorio, y voy a ver si me sale bien la redacción del asunto principal.

«Mi razonamiento es el siguiente: hasta hace poco, los bancos le pagaban a usted intereses por tener sus ahorros depositados en ellos. Ahora, con los mismos ahorros, le cobran comisiones por, entre otros, el servicio de guardárselos. Del mismo modo, al estar yo viviendo de alquiler en su piso, estoy evitándole el deterioro que sufre con el tiempo cualquiera que esté vacío, y, sobre todo, la posibilidad de que lo ocupen okupas. Además le presto los servicios de mantenimiento periódico, vigilancia y protección contra robo»

Mientras lo repaso voy a ponerme yo mismo la música que luego voy a interpretar en directo a las ocho en el balcón. Es que Alexa se me está volviendo respondona si no elige ella; estas asistentes virtuales empiezan a tener criterios propios. Hoy no interpretaré «Para Elisa», pero seguro que también la reconoce en los primeros compases el hippy del ático. No sé si se dejará influir por el título del todo en vez del de la parte, que se me ha deslizado en la carta. A ver cómo la continúo.

«Así que he pensado que a partir de este mismo mes ya no tenga yo que pagarle nada en concepto de alquiler, sino usted a mí, por la prestación de los servicios antes mencionados. Eso sí, incrementando el importe en un veinte por ciento, debido a que ahora seremos dos personas quienes cuidaremos de su piso. Le comunico que se viene a vivir conmigo una afamada vedette del Folies Bergere, a quien hasta que me jubilé yo acompañaba al piano… y a más cosas. Seguro que ha oído hablar de ella. En el mundo de las varietés se la conoce como Li Yan, pero no es china, sino como los franceses pronuncian su nombre de pila: Luján»

Me queda un párrafo final y una despedida adecuada, a ver si cuela. Ahora me voy al balcón, que son casi las ocho.

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Carta de la vecina del segundo A, doña Teresa de Melindres y Salústregui

Hola, Doña Mary Mor, me presento ante todo para que usted se ubique. Me llamo Teresa de Melindres y Salústregui, vecina del segundo A, de la comunidad de propietarios indicado en el encabezamiento.

Como administradora nuestra que es y ante los graves acontecimientos que se están adueñando del bloque, me permito escribirle el presente correo para la salvaguarda de la buena vecindad que una vez hubo y hoy corre una seria amenaza. 
Para mí, no es fácil el confinamiento, como para todos. Y mucho menos tener que hablarle de los desvaríos vecinales. Acostumbrada a vivir al aire libre en mi mansión de Órgiva, en la que mi familia gozaba de un gran status social y por circunstancia que no vienen al caso, vivo en un pisito de los años sesenta, rodeada de vecinos de dudosas costumbres. 

Me acostumbré, no había otra, a mi nueva situación. Lo peor fue buscar un trabajo digno, en lo que antes era un entretenimiento entre amigas. Inventé un canal en You Tube en el que destaco como Medium, he logrado ser una gran “influencer” Al principio la convivencia era respetada más o menos, pero hoy en día es inaguantable. En medio de este caos no encuentro un momento de sosiego para retransmitir mis programas. Los vecin os se han vuelto locos, el bloque es un ente vivo que se mueve a su propio ritmo día y noche. Por lo que solicito que exponga mi quejas, ante la convocatoria de la reunión vecinal. Yo no compareceré porque no soy como una de esas de barrio que buscan la confrontación como modo de solución.

Quisiera ante todo llamar la atención del Señor Valdetiestos que  reside en el ático. Parece un alma en pena se pasa las noches llorando, que digo, aullando de tal forma que me asusta la clientela de puro espanto.  Se  ha adueñado del único espacio comunitario al aire libre del que gozamos. No podemos ni tender la ropa, sin riesgo que la misma se impregne de un olor a marihuana, que por sí mismo ya te coloca. Y lo que es peor se pasea como su madre lo trajo al mundo. Que las monjitas de al lado lo han puesto en conocimiento de las autoridades, pero como la justicia está paralizada, pues él nada, a lo suyo. Me imagino a las pobres encerradas y con esas vistas, sin que puedan abrir una ventana.

En el tercero B, se nos han colocado dos que dicen ser Psicólogas  y han puesto un gabinete un tanto sospechoso, porque los enfermos son todos hombres que salen y entran a su antojo, a pesar de las normas. Y no se comprende su terapia a base agua, que encima  paga la comunidad. 

Nuestra vecina Cary del segundo B, no hace nada más que quejarse de las goteras, incluso han llegado a bajar por las escaleras como una catarata. Ella que es tan buena la tienen destrozada. Los nervios le han dado por por cocinar rosquillas fritas que nos ofrece a todos, yo la prefería cuando cantaba copla. Al fin de subsistir ha convertido su casa en un hostal, no quiero ni imaginar donde estará colocando a los huéspedes, que se pasan el día escondidos, al ser ilegal.

Para mas “inri” de “irritamiento” el matrimonio del tercero A, tan ejemplar, ha perdido los papeles. Con los tres niños metidos en casa, se pasan el día chillando y la noches no le cuento, un día de estos me cae su cabecero de la cama en lo alto, que ya podrían sujetarlo un poco, el ruido crac--craccrac--crac les delata y una no es de piedra. Total que entre los crac, los aullidos y gemidos esto parece el inframundo. Con los preservativos agotados y el método ogino me imagino que el día menos pensado tenemos otra barriga.

En cuanto termina unos, empiezan otros. Pedro Salinas del primero A, se pasa el día recitando poemas a voz en cuello y aporrea una máquina de escribir de las que ya no se usan, estoy por regalarle un ordenador y una consola para que entretenga a sus pupilos y no canten. Como usted comprenderá, el orfidal no me hace ni efecto, aunque he subido la dosis.

Su vecino de rellano , José Luis se anima a acompañarlo al piano,  ¡Ay!, pero tocando siempre la misma pieza, sin ensayar otra nueva. Le suena “Para Elisa” ¿Preciosa verdad?  Pues ¡¡ LA ODIO!!.s ¡¡ LA ODIO!!

Y qué decir de nuestro frutero del bajo, que a todas las vecinas les sube los pedidos menos a mí. Qué le hecho yo a ese hombre, mi dinero tiene el mismo valor. Será que cada vez que habla del presidente,  me altero un pelín.

Así que con mi chihuahua Salomón, salgo a pasear , que para eso lo compré justo a tiempo, viéndolas venir. El pobre, se me ha desquiciado también, ya que le ladra y muerde a todo el mundo. En el piso se persigue el rabo y la sombra, duerme con un ojo abierto que que hasta a mí me asusta.

Para colmo de males, Carmen, la portera se ha ido de vacaciones a pesar de las prohibiciones, dejándonos aquí a una tal Pía, que parece una mosquita muerta, como si no supiéramos que esconde a su novio americano en la portería. Por lo menos limpia se le ve.

Sin ninguna queja más por lo pronto.
A la espera que cumpla usted su cometido, se despide sin más Dª Teresa de Melindres y Saústregui.

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Carta de la vecina del segundo B, doña Caridad Hostelinni

Estimada Señora Mery Mor:
Desearía que al recibo de esta carta se encuentre usted bien, mis inquilinos y yo estamos bien, gracias a Dios.
Desde que estamos encofinados, así le llaman al estar cada uno en su piso sin salir, están pasando cosas muy raras en el bloque. Usted sabe que a mí me gusta cumplir las leyes según se me dictan y creo que todos y todas en el edificio deberían hacer lo mismo. Le explico:

Tengo a mis seis inquilinos encerrados cada uno en su habitación. Bueno, cuatro en la habitación grande en las dos literas y otros dos en la habitación pequeña en otra litera. Se me quejan porque quieren salir, dicen que hace mucha calor en la habitación con cuatro personas dentro y que no se pueden ni mover. Los dos de la habitación pequeña también se me quejan porque dicen que en el pasillo entre la litera y la pared no caben, que se tienen que sentar en la cama de abajo y se dan con la cabeza en el somier de arriba. Pamplinas, porque yo les abro todas las mañanas las ventanas y les aseo las habitaciones. Pero el orden es el orden y al salón no se puede pasar hasta las horas de las comidas. Y le aseguro a usted que mis inquilinos son muy obedientes, yo me encargo de eso. Y de vez en cuando les llevo rosquillas y agua para que no armen bulla.

Los problemas los tengo con los otros vecinos. Por ejemplo, las dos lindas psicólogas que viven en el piso de arriba, Cecilia Madriles y Maite Mazorca, no dejan de trabajar. Tienen a sus pacientes subiendo y bajando todo el día las escaleras. Claro mis inquilinos quiere también bajar a la calle y como yo no los dejo, ahí tengo las quejas.
Además, el inquilino que a veces viene y lo acuesto en la bañera se me ha quejado de que hay goteras. He tenido que darle un cubo para que no se moje. El pobre, cada vez que se le llena, tiene que levantarse para tirar el agua al váter, cosa que ocurre tres veces en la noche. Pero me dice que, mientras se queda dormido, oye ruidos en la bañera de las psicólogas. Él sospecha que una de ellas se cita con un hombre de noche en el piso del trabajo, porque oye jadeos como si hicieran el amor. Bueno a mí eso no me importa, porque yo no me meto en la vida de nadie, pero tienen que arreglar la bañera, si no, mi pobre inquilino va a coger una pulmonía y es éste tiempo eso sería fatal para él.

Mi vecino del Primero A, D. Pedro Salinas, molesta a mis inquilinos con sus declamaciones. Por lo visto escribe poemas mamporreando la vieja máquina de escribir y a la vez los recita en voz alta. Mire, que yo le llevo mis rosquillas porque creo que el pobre pasa un poquito de hambre. Por eso he visto la bonita y antigua máquina de escribir que tiene. Pero, ¿de verdad que tiene que gritar cada verso que compone? Claro así se da importancia delante de sus alumnos, a los que ahora da clase por internet. Yo creo que la wifi para el internet se la roba a un vecino del edificio de al lado. ¡Cosas de él; yo no me meto en la vida de nadie!

Creo que está en competencia con el músico , su vecino de rellano, D. José Luis Retruécano, un señor jubilado muy aparente. ¡Qué vida tan interesante la de este señor! Pero digo yo, a mí me gustaba mucho “Para Elisa” , pero ya le estoy cogiendo manía. Yo le sugerí el otro día , cuando le llevé mis rosquillas, que compusiera otra melodía y que la titulara “Para Caridad” y así por la tarde a las ocho, después de tocar las palmas él me dedicara delante de la vecindad su maravillosa canción. No le hizo mucha gracia porque dice que ya el “Para Elisa” lo tiene casi dominado y a la gente le gusta. Lo que le pido es que no la toque durante todo el día porque mis inquilinos se tiran de los pelos. Y yo tengo
que mirar por ellos.

Mi vecina de enfrente, Doña Teresa de Melindres y Salústregui quiere leerme el futuro con esa bola de cristal, que dice que es de cristal de Bohemia, y yo sé que es la tulipa que le falta en la lámpara del comedor. Yo se lo agradezco, pero es que no puedo entrar en su piso, si hasta el rellano huele que echa para atrás. Pone unos palitos de olor que además le da una atmósfera al piso que parece que van a aparecer fantasma de un momento a otro. A mí me da mucho yuyu de esas cosas. Creo que ella se inventa todo lo que dice, que de medium no tiene nada. Yo quisiera que no pusiera tantos palitos de olor que me tienen ahogadita. Claro, como ella sale varias veces al día a sacar al perro, puede respirar aire puro de vez en cuando.

Pero para olores los del muchacho del ático, Manuel Valdetiestos. Esos sí me gustan. Cuando voy a llevarle mis apetitosas rosquillas, él me echa el humo de su cigarro a la cara, y no sé por qué me pongo la mar de contenta. Ese muchacho tiene ángel. Pero no quiere mis rosquillas. Dice que él no puede engordar, que para hacer sus ejercicios de yoga y todo lo demás, tiene que tener mente sana en un cuerpo sano. Pero la cerveza sí que le gusta y tanto tabaco, me da a mí que no le está haciendo mucho bien. Dicen las monjitas del edificio de enfrente que por las mañanas canta desnudo unas cosas muy raras, con mucho ritmo y así se le mueve su miembro viril de una forma que las pobrecitas no pueden dejar de mirarlo. Me lo han dicho para que yo le de la queja a usted; pero yo, hasta que no
lo vea, no puedo decir nada. No me puedo meter en la vida de los demás.

Mire, señora administradora, sé que usted es muy amiga del matrimonio del Tercero A. Es una pareja encantadora pero sus niños dan mucho jaleo. Son cuatro y muy pequeños, pero es que esos padres tienen que aprender a educar niños. No se puede tener un hijo cada año y no saber qué hacer con ellos. Rosa sólo hace gritar: “Qué ganas tengo de que abra el colegio de una vez” Claro, si los niños están en el colegio ella puede seguir procreando. Así el marido, Jesús, se lamenta constantemente: ¿¿Por qué no me hice antes la vasectomía?? Y ¿sabes, joven y bella administradora? ¡Yo los comprendo! Son tan guapos los dos, se les ve tan enamorados, eran tan interesantes antes de que empezara este confinamiento. Es que esta convivencia de veinticuatro horas, días tras día y con cuatro criaturitas chicas... a todos nos pone de los nervios. Pero ellos tienen que dejar de gritar y lamentarse y aprender a educar a esos niños. Mire qué bien llevo yo a mis inquilinos. Las criaturitas son preciosas. Menos el chico, porque es demasiado chico, a los demás les encantan mis rosquillas. Me hace tanta ilusión verlos comer, que me dan ánimos para seguir con mis dulces.

Claro, podré seguir con mis dulces si Ricardo Perejil, el de la frutería me hiciera el favor de traerme de la tienda de comestibles de la casa de al lado, harina, azúcar y levadura. Ya me estoy quedando sin esos ingredientes y yo no tengo tiempo para perderlo en la cola del comestible. Ricardo me sugiere que haga dulces con sus manzanas y su plátanos, pero no es lo mío. El hombre es amable y toda la fruta y verdura que le compro me la trae a casa. Yo, agradeciéndole el favor, lo hago entrar y le invito a una cervecita y así hago un paréntesis en mi trabajo y me tomo yo otra. Pero él dice que de tapa no quiere las rosquillas que le ofrezco. Que para rosquillas las mías. Y el tío, con toda la gracia que tiene, me da pellizquitos en mis mollas, que son muchas. ¡Es un pícaro éste frutero! La única pega que le encuentro , y esa es mi queja, es que limpia muy bien el género , pero hace venir a su señora a la tienda para que le limpie los azulejos de la pared y el suelo. ¡Eso no está ni medio bien! La hace trabajar en la frutería para él poder darse paseos llevando las verduras a su clientela.

Quisiera que usted le dijera a Araceli “Criss”, que no vaya diciendo por ahí que yo le he alquilado la alcantarilla. Usted sabe que eso es propiedad del ayuntamiento y no me quiero ver envuelta en problemas. Bastante tengo con ocultar a la mitad de mis inquilinos. También ocurre que esta mujer con lo aficionada que es a la música nos tiene la cabeza loca con sus toques de batería o con las canciones que canta con los Kiss de Torrijos. Vamos que cada vez que voy a orinar vibra el agua de mi váter con los estruendos de ellos. No sé como caben en la alcantarilla, pero eso a mí no me importa, no me meto en la vida de los demás. Eso sí, Araceli, siempre sonriente, se come mis rosquillas con muchas ganas y me pide más para su grupo. También tengo que agradecerle que me manda a mucha gente a la pensión, porque ella saca la cabeza por la alcantarilla y se entera de todo lo que pasa por la calle, hasta de los que están buscando dónde dormir. En esta época de confinamiento poca gente pasa por la calle y por eso toca tanto la batería.

Para terminar, me gustaría que saludara a nuestra portera Carmen Picaporte. Ella se mete en todo lo que no le importa, no como yo, que nunca me meto en la vida de los demás. Pero es muy buena persona y le gustan mucho mis rosquillas.

De la nueva le puedo decir poco. Sé que se llama Pía Sampaio, que habla con un deje sudamericano muy bonito. Las pocas palabras que he cruzado con ella, porque yo ahora no salgo para nada, han sido divertidas. Se ve que es dicharachera y buena gente. Es el doble de alta que yo y la mitad de gorda que una servidora. Tiene la portería muy limpia. Como usted sabe, yo salgo poco, casi nada, pero me pongo mi mascarilla y mis guantes y me gusta saber que todos mis vecinos están bien. Y sí, la portería está limpia, pero al llevarle a Pía mis rosquillas, he observado que tiene en su vivienda una bicicleta de las buenas. Y lo que es peor, he deducido, por lo poco que he visto, que al novio lo tiene viviendo con ella. Usted sabe que eso no está permitido, sobre todo habiendo una magnífica pensión en el segundo B. Yo no digo nada, porque no me gusta meterme en lo que hacen los demás. Yo sólo busco que mi negocio y el bloque entero vaya bien.

Con todo esto, espero que la reunión del jueves sea fructífera y que los problemas del vecindario se arreglen. En éstos días sólo nos llevamos bien cuando salimos a aplaudir a las ocho de la tarde, que en esos momentos somos todos muy buenos y nos deseamos lo mejor.

Sin más que exponerle, se despide de usted su más ferviente admiradora por la labor que hace, lo bien que lo hace, la cultura y la imaginación que tiene, y la gracia que derrama. Ésta que lo es,


Caridad Hostelinni
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Carta de la vecina del tercero A, doña Rosa Doncel

A la atención de la joven y bella administradora de fincas.

Antes que nada, espero y deseo de corazón que tanto usted como sus siete gatos estén bien de salud.
El motivo de este correo es que no aguanto más. Supongo que a estas alturas se habrá enterado del cachondeito en el bloque, que es de vergüenza, vamos. Y yo, como madre de familia que soy, intento dar ejemplo a mis hijos de lo que está bien y está mal, pero es que es muy difícil cuando mis niños ven con sus propios ojos las conductas de los vecinitos. Es que me dejan sin argumento en un momento, oiga. Que me los veo de delincuentes dentro de nada, sobre todo el pequeño, que parece adoptado, con lo buenos que son todos los demás.
Y es que no hay derecho. Nosotros llevamos el confinamiento a rajatabla. Solo salimos a tirar la basura. Y en este bloque, todo el día la gente en la calle. Yo no quiero poner una denuncia, porque aquí todo el mundo me conoce y no quiero estar a las malas con nadie, que nunca se sabe cuándo voy a poder necesitar a las psicólogas, o al frutero, o yo qué sé, a don Pedro para que ayude a mis niños con los deberes, por ponerle unos ejemplos.
Por eso, pienso que es usted la más indicada para hacerlo, como administradora de nuestra finca que es. Yo creo que está entre sus funciones.
Imagino que se estará preguntando los motivos que justificar en la denuncia. Ya se los digo yo.
Nada más que tiene que copiar lo que yo le ponga aquí. Siéntese si está de pie, porque le va a llevar un ratito leer esto. En el documento adjunto tiene fotos que he hecho desde las ventanas, y a veces desde la mirilla de mi puerta. Esas no se ven muy bien, pero se intuyen. Las que se ven desde fuera las ha hecho mi marido cuando sale a sacar la basura.

Bueno. Que le cuento.

El frutero y el del ático se traen algo entre manos. Tiene que ver con las drogas seguro, por el pestazo a porro que entra por mi cocina, que algún que otro vacilón me he cogido yo con el olor. No es secreto que don Ricardo había peleado con el Tiestos por todo lo que le debe, así que raro es que ahora pase tanto tiempo en su casa. Apunte. Drogas. Por lo menos autoconsumo, eso está claro. Eso, y que no respetan el encierro. A ver qué hace el frutero ahí todas las tardes, en vez de irse a su casa cuando echa el cierre.

Después están las psicólogas. Bueno. Lo de psicólogas, ya lo pongo en duda. Me parece a mí que eso es una tapadera. Siempre que llama algún “paciente” a la puerta, abren ligeritas de ropa. Con lo fría que ha entrado la primavera. Y qué casualidad que siempre sean hombres los que entran, cuando todo el mundo sabe que la carga mental y la saturación las están sufriendo más las mujeres, dónde va a parar. No vaya usted a pensar que estoy yo pendiente de quién entra y quién sale. Es que siempre me pilla a mí limpiando mi puerta. Anote: Puticlub encubierto.

Y bueno, para tapadera, lo de la alcantarilla. Que al principio pensaba yo que escuchaba visiones, cuando oí unos tambores al pasar por allí la otra mañana. Pero es que me he fijado, y ahí vive alguien. Estoy segura. Y además invita a gente. A dónde vamos a llegar si ya se vive hasta en los desagües. Y que eso no debe ser sano ¿no cree usted? Ocupas de alcantarilla. Apunte, apunte.

De doña Caridad y doña Teresa sé que da igual lo que yo le diga, porque la tienen sobornada con los rosquitos y las lecturas de la bola de cristal. Que no sé yo cómo puede creer usted en esas cosas, siendo tan estudiada. Pero que vamos, que ahí están las dos. Una, con el hostal ilegal, sin pagar impuestos. Que parece una mosquita muerta, pero que se las sabe todas, con esos rosquitos siempre por delante para que nos dé apuro denunciarla. A mí no me engaña. Y la otra... que no da pie con bola, nunca mejor dicho. Que me dijo que me tocaba la lotería estas navidades, y me gasté medio sueldo en décimos para nada. Luego me enteré, de casualidad, claro, que está liada con el lotero. Menuda golfa.

Y de los artistas, qué le digo yo a usted de los artistas. Ilegal, ilegal, no creo que sea el porculo que dan. Pero desagradable sí que es. Si yo vivo en el tercero y cualquier día me revientan los tímpanos entre los gritos de uno y el amplificador del piano del otro... ¿cómo estarán entonces los vecinos del segundo? Uuf. Loca me tienen. Con la tranquilidad que hay en mi casa, que tengo yo unos niños que son unos benditos, ya lo sabe usted, y tener que aguantar esto todos los días.

No puedo terminar esta carta sin comentarle los de las porteras. Sí, como lo oye, las porteras. La sustituta es una inmigrante ilegal. Lo sé de buena tinta. Usted sabe bien que no soy yo de meterme en la vida de nadie, pero se lo escuché sin querer a don José Luis, el del piano, una mañana, cuando bajaba yo las escaleras. Se calló al verme, pero yo me enteré. Se lo estaba contando a doña Caridad,
que había ido a llevarle unos rosquitos. Yo bajé un momento a estirar las piernas, nada más. Yo no
salgo para nada. Ay, que me voy por las ramas. La portera, que no sé a qué viene a este país. Yo no
soy racista ni homófoba ni nada de eso, soy muy tolerante. Pero que vienen aquí a quitarnos el trabajo, y mire, primero los españoles, ¿no le parece?

Y Carmen... mi escalera no la limpia desde que empezó el encierro este. Que dice que mis niños se
pasan el día pisándole lo fregado, y que ella no trabaja así. Vamos, mis niños. Si no salen desde que acabó el colegio. Bueno, pasan un rato en casa de José Luis, que mi segunda hija quiere aprender piano, y allá que van todos. Pero eso no es violar el encierro ¿verdad? Como no tengo mucho para pagar las clases, yo a cambio le lavo la ropa al pianista. Que muy artista, pero de tareas domésticas lo justo. Que tiene la casa hecha un asco.

Ya la dejo tranquila, que tendrá cosas que hacer. Gracias por leerme, y espero de verdad que tome usted cartas en el asunto. A mí no me gusta meterme en jaleos, yo soy muy seguidora del vive y deja vivir, pero es que esto no es normal. Y la gente se pasa el encierro por el forro de aquello que dijimos.

Con todo mi sincero afecto,
Rosa Doncel.

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Carta de la vecina del terecero B, doña Maite Mazorca

Estimada señorita Mary Mor, administradora del número 13 de la calle del jueves.

Le expondré la situación existente tras seis semanas largas de confinamiento. Seguro que su afición a la lectura le proporciona material suficiente para comprender los entresijos de la conducta humana. Por tanto, no le extrañará que, después de este tiempo de enclaustramiento, nuestra comunidad se haya convertido en un muestrario viviente del manual de diagnóstico clínico de enfermedades mentales.

Empecemos por la alcantarilla. Araceli siempre se había negado a pagar la cuota comunitaria, alegando que no hacía uso de los servicios de la misma. Aunque es sabido que tiene enganchada la luz a la del bloque y que se abastece del agua de la red antes de entrar en el mismo, gracias a un sistema de canalizaciones llevado a cabo por sus compañeros de banda. Musical me refiero, claro. Mediante dicho tinglado ha reducido el volumen de agua que ingresa en el edificio, disminuyendo con ello la presión, por lo que aquí en el tercero hay horas punta en las que no sale más que un hilillo. Pero lo peor ha venido con este encierro, porque ha trasladado al subsuelo su estudio de ensayo musical y se produce un terremoto cada vez que toca la batería, que nadie se explica cómo ha conseguido meter allí. 

Carmen, la portera, está cada día más chismosa. La han visto pegando la oreja a más de una puerta, disimulando que limpiaba bajo el felpudo. Luego se despacha con los Kiss de Torrijos, la banda de Araceli, que se saltan el confinamiento metiendo sus instrumentos en el carro de la compra y de camino se llevan a la vuelta la fruta que les vende Ricardo. Más de una vez éste les regala las piezas que están algo pasadas. Sabe que están a dos velas desde que no pueden dar ni un concierto. Y Carmen les lleva una tacita de café mientras les cuenta sus aventuras como cantante folclórica, interrumpiéndose de vez en cuando para cantarles una canción de Mari Fe de Triana. Cuando se anima ya no hay quien la pare y sube con la copla por las escaleras mientras limpia el pasamanos. Que aquí, entre la batería y María de la O, no hay quien pase consulta. 
Y ahora Pía, que le da un toque exótico al edificio, pero que nos puede traer el coronavirus, fijo. El novio entra y sale todas las noches y a saber por dónde anda. Entre Pía y él, se traen algún negocio con los Kiss, que cada día estampan su autógrafo en todo lo que ella les pone por delante. 

El único que parece más cuerdo es Ricardo, que para eso tiene más de dos dedos de frente. Ya se sabe que la timidez suele acompañar a la inteligencia. Y esa bondad natural que tiene. Alimenta al vecino del ático, que como es vegano y encima yogui, con lo que le sube el frutero, que nunca va a cobrar, tiene de sobra. Lo veo algo depresivo. Por lo que me contó Carmen, el estado de alarma lo tiene en su casa. Su mujer le hace desnudarse en la puerta y pasar al cuarto de baño a darse una ducha cada vez que llega, metiendo allí mismo la ropa en la lavadora. Ella se queja de que no hace nada en casa y parece que ya había caído la relación en monotonía, pero esta situación nueva le está dando la puntilla. Luego las malas lenguas dicen que él flirtea con las clientas. 

Quien sí se cree seductor es don Pedro Salinas, que anda declamando a voces todo el día para que Cecilia lo oiga. Así tiene de los nervios a doña Teresa, con el tac, tac, tac, de su máquina de escribir. Compone sonetos que deja en el buzón del gabinete, pidiendo opinión a mi amiga y compañera. Él no sabe que ella anda de encuentros virtuales con un chico, por el que se va colando cada día más. Es verdad que a Cecilia le cae bien Pedro, pero a mí me preocupa la obsesión sexual que muestra en sus escritos. Me da la impresión que es un poco sátiro, aunque hay que reconocer que escribe bien. 

Doña Teresa es un poco quejumbrosa. Como viene de la alta burguesía, se comporta como la princesa del guisante y encima ahora el edificio está que parece una feria. Desde la alcantarilla, que es la calle del infierno. El puesto de chucherías que es la tienda de Ricardo. El tac, tac, tac de la máquina, que parece un taconeo. Y el acompañamiento al piano de don José Luis, al que los aplausos de las ocho le hacen revivir los momentos del Folies Bergère. 

Y en una feria no pueden faltar criaturas. De eso se encargan Rosa y Jesús, los artífices de la manufactura, a una por año. Y si hay a quien el encierro les va a llevar al divorcio, a esta pareja les ha unido más si cabe. Por los sonidos que se escuchan, parece que van a aumentar la familia. No sé ni cómo lo hacen sin intimidad y en un espacio tan reducido. Voy a tener que pedirles asesoramiento para las sesiones de sexología. Seguro que conocen alguna postura que no esté en el Kama sutra.

Puede ser ésa la razón por la que doña Caridad le lleva tantos roscos. La clientela que tiene en el piso es dudosa, lo mismo están una hora que se quedan una noche. Seguro que doña Caridad, tan dulce y amable, sonsaca a Rosa sobre nuevas técnicas amorosas, para informar a su clientela más selecta. 
Al único que no embauca con sus dulces es a Manuel, quien siempre le recuerda que es vegano y no come huevos, aunque su temor es contagiarse con ellos. Doña Caridad siempre contesta que sólo llevan uno. Pero es suficiente para el rechazo. Ella no pierde la sonrisa y menos después de aspirar el aroma que sale por la puerta. El otro día le pidió un poco de yerba para enriquecer sus roscos y Manuel le echó una mirada pícara mientras se la daba. Me lo contó Carmen, que se hacía por allí la despistada, esperando el momento del grito profético de Valdetiestos al desnudo.

Le saluda tentamente.
Maite Mazorca

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Carta de la vecina del terecero B, doña Cecilia Madriles

Querida Mary Mor.

Le escribo en base a su petición y por fomentar la buena convivencia de esta entrañable comunidad.

Yo quejas no es que tenga, pero sin más remedio me veo en la tesitura de defender mi posición y la de mi querida compañera Maite Mazorca y de paso, realizar alguna que otra recomendación.

Nosotras no vivimos aquí y como usted comprenderá nos encantaría estar con nuestras respectivas familias, pero somos las que llevamos el pan al hogar y como no tenemos obligación de cerrar, aquí nos tiene trabajando 24/7, cosa que a mí por mucha vocación que tenga no me hace ninguna gracia, así que por muy comprensiva que pueda ser hay cosas que tienen su límite y a continuación las detallaré.

Las paredes son de papel, alcahuetas de todo chismorreo, pues sin ir más lejos escucho a Doña Caridad que se desahoga, por así decirlo, con Rosa, la vecina, diciendo que tiene goteras provocadas por nosotras, que tenemos bañera. No puedo hacer diagnóstico sin hacer evaluación, pero en vista a la falacia se debe tratar de algún tipo de delirio de esta pobre señora que provoca el aburrimiento y Rosa escucha con empatía y paciencia, a cambio de rosquitos deliciosos, que ya podría traer alguno aquí.

A Rosa la entiendo, me consta que quien cocina es su marido, Jesús y en base al olor a quemado de medio día, esa familia pasaría hambre si no fuera por la amabilidad no solo de Doña Caridad, hay que reconocerlo, sino del frutero, Ricardo, que al menos él, con la excusa de hacer piernas se asoma al piso de ellos y a nuestro gabinete a traer buenos plátanos, no quiero hacer lectura psicoanalítica pero si hay hueco suele sentarse en el sillón que tenemos en la sala de espera hasta que alguna terminamos la sesión y no para contar su vida, no, sino para flirtear sea con Maite o con servidora, no tiene preferencias porque también le he visto en el rellano con cada mujer que pasa. Apuesto que la carta que le envíe será digna de Cyrano de Bergerac, eso sí, le digo que, si el hombre fuese más selectivo, ascos no le haría.

También le digo, que, al vecino del ático, Manolito, naturista y bohemio, hay que aceptarlo como tal, no molesta tanto como dicen por ahí y, además, el material que dispensa es de calidad para relajarnos en esta época de encierro, eso sí, todo el día está que, si le duele aquí, allá, que no puede respirar, tal y pascual, que no es mi paciente, pero bueno, todo sea por la causa. No le pasa nada grave, sólo se aburre, como todos. Pero hay que entenderlo.

Como le digo, mis vecinos me parecen personas excelentes, y no hay quejas, pero si quisiera seguir dándole algunas sugerencias para fomentar la armonía de la comunidad.

Por ejemplo, a Teresa, la que tiene un perro, podría recomendarle sacar más al pobre animalito para que lo traiga reventado de la calle y deje de ladrar, que entre los cuatro críos de al lado y el perro aquí no hay quien trabaje con seriedad, al igual que

con el pianista, José Luis, que todos los días a las ocho con la misma musiquita, que sí, que muy bonita, pero al menos podría cambiar el repertorio que no hace más que contribuir con esa melodía dichosa a magnificar la sensación de vivir en el día de la marmota.

La contaminación acústica continúa, con ese profesor con ínfulas de poeta que aporrea la máquina de escribir y se escucha hasta aquí, he de decirle que escribir el caballero, escribe unos versos preciosos, pero carece, sin duda, del sentido del ritmo, mire si puede conseguir que, en lugar de escribir a máquina, viendo que tiene un perfil romántico, lo haga con tinta y papel, hasta una pluma grabada para motivarle se le podría regalar.
Y ya no sólo a las horas laborales en días lectivos, sino que en horas intempestivas se oye una batería que no sé si sabe usted de dónde sale, yo no, pero me da a mi que viene del piso de Caridad, que mete en él a ciento y la madre y hasta aquí puedo leer.
Yo si fuera usted, comenzaría preguntando a Carmen, la portera que se cree MariFé de Triana, que se las sabe todas o a Pía, de cara inocente pero llena de picardía. Carmen, además, se queja del novio de Pía, pero porque en realidad se preocupa por ella, ya que este debido a su fanatismo por Kiss al parecer sube y baja mucho a la vivienda de Caridad, no sé si a ver también a una tal Araceli, que parece que es la baterista esa del edificio ya que siempre lleva camisetas del grupo. Yo sólo hilo cabos.
Esto no se lo comento por cotillear, no, se lo comento porque la situación sugiere que es por dónde se debe iniciar a poner orden, que me da a mi que esta señora de cara dulce y voz llena de ternura compra a los vecinos con sus rosquillos y quiere desviar la atención del verdadero problema hacia unas goteras inexistentes, cargándonos a nosotras con un marrón que no nos corresponde. Y ya que estamos, dígale que no soy intolerante al gluten y que se deje caer alguno de esos aclamados rosquillos por mi consulta, así seguro que limamos asperezas.
Y hasta aquí, joven y bella administradora de fincas, mi carta que no es de quejas, sino de propuestas.
Confío en su buen hacer.
Atentamente,
Cecilia Madriles

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Carta de la vecina de la Alcantarilla, doña Araceli Criss

Estimada Sra. Mary Mor

Me dirijo a usted para hacerle llegar la dramática situación que estoy viviendo en el sótano-alcantarilla que la usurera señora Caridad Hostelinni me tiene alquilado a precio de milla de oro.

El agujero donde vivo está habitado por ciertos animales peludos y rabudos que campan a sus anchas sin miedo ni vergüenza, además de otros tantos insectos kafkianos.

Las paredes de este triste cuartucho son feas y están desconchadas por ello las tengo cubiertas de carteles de mis grupos y bandas favoritas. La mayoría de las tardes, ¡benditas tardes aquellas!, las pasaba tumbada en el sofá escuchando su música y recreándome en sus imágenes pero en cuanto me descuidaba tenía correteando por toda la estancia a los mencionados bichejos.

Viendo que tenía que mantenerlos a raya se me ocurrió que quizás metiendo ruido me dejarían en paz y huirían despavoridos, por lo que decidí comprarme una batería de segunda mano para completar mi colección de instrumentos. ¿Y qué podría asustarlos más, pensé, que el ruido fuera acompañado de una imagen gatuna a lo Peter Criss?

Como el estruendo salía por las rejillas vinieron un par de músicos de la zona pensando que era un local de ensayo y al verme con el maquillaje me propusieron formar una banda de rock duro.

Montamos un escenario con palés recogidos de la basura, colocamos el set musical con todos los enchufes e instrumentos necesarios y empezamos a ensayar. No nos mareamos mucho para buscar nombre y nos decidimos por Los Kiss de Torrijos.

Al principio cuando comencé a tocar, mejor dicho a aporrear y me ponía el maquillaje felino los roedores corrían como rayos. Pensé que les había ganado la batalla así que por pura necesidad y por las ganas de tener un grupo rockero tocaba diez horas al día parando sólo para comer y dormir.

Un día estaba yo tocando en plena euforia cuando llaman a la tapa de hierro que siempre tengo medio abierta y entran en tropel el señor Retruécano, el frutero y la melidre con el chucho de bolsillo ladrándome como una fiera. Venían a quejarse del ruido y a decirme que me marchara porque estaban muy hartos. Después de un rato de bronca, Retruécano, el bohemio, se queda mirando la batería e implorando con la mirada me pregunta -¿Puedo?-, le hago un gesto asintiendo. Se coloca en el taburete y baquetas en mano con grip americano empieza a tocar tornándose en segundos en el mismo Gene Kruppa. La médium condesa se le une con voz melodiosa y se transforma en Anita O'Day y el frutero no tarda en hacer lo mismo y en las primeras notas de su trompeta lo veo convertirse en Roy Eldridge. Montan un show al más puro estilo Cotton Club interpretando temas del mítico “Drummer Man”.

Mis vecinos después de bajarse del escenario cobran sus identidades y muy contentos amenazan con volver en breve a marcarse otra Jam. Por supuesto, dicen, lo van a divulgar por el vecindario. Me quedé tan noqueada que no pude articular palabra.
Aún no me había repuesto de la impresión cuando veo a un tío con un paquete de velas en la mano que se sienta en mi instrumento, casi me caigo de espaldas al ver que Keit “El loco” se ha escapado del cartel de la pared. El tío empieza a tocar como un poseso, al terminar me pregunta por el baño y si tengo algo para ponerse. En ese momento me doy cuenta que lo que lleva no son velas sino cartuchos de dinamita y sabiendo la afición del muchacho por explotar petardos lo convenzo para que se vaya al bar de la esquina que son grandes fans de los Who y le van a poner todas las copas gratis, además tienen un precioso y recién estrenado inodoro.
Otro día aparece por las escalerillas Pedro Salinas, el vecino del primero A. Después de meterme una bronca por el estruendo que sale de mi sótano se dirige a mi batería, diciendo que de jovencito le encantaba tocar temas de los Zeppelin. Sin más remedio y temiendo que me desalojen de este agujero le ofrezco subir al escenario y si bien comienza suave en seguida se convierte en ‘Bonzo’ marcándose el riff de “Moby Dick” incluso un buen rato lo hace con las manos desnudas. Quince minutos sin parar se lleva el profe-Bonham dándolo todo, mientras lo contemplo con asombro temo que destroce mi instrumento. Termina empapado, me pide un vodka y algo para colocarse, le digo que sólo tengo agua a lo que contesta con su dedo en posición ‘peinetil’ que me la meta por donde me quepa. Menos mal que en cuanto baja del escenario Pedro recupera su forma y su educación. Lo invito a tomar unas cervezas y a escuchar el vinilo Zeppelin II, propuesta que acepta con gusto. Por supuesto dice que volverá pronto porque la experiencia ha sido muy liberadora.
Ayer mismo mientras me hacía un bocadillo, oigo que me llaman desde arriba,-¡Pasen!- grito y veo entrar tímidamente en mi guarida a las psicólogas del tercero B, Ceci y Mayte. Me cuentan que están muy hartas de la distorsión que les causo cuando están atendiendo a sus pacientes. Enseguida aparecen también Jesús y Rosa, los del Tercero A, quejándose de que sus churumbeles están alterados con tanto tam-tam. Aplicando el dicho que la música amansa a las fieras les propongo tocar algo y les señalo los instrumentos que hay encima del pequeño escenario.
Se miran entre sí algo dubitativos. Rosa se pide la guitarra eléctrica, Mayte la batería, Jesús el bajo y Ceci el teclado, acuerdan qué tema tocar y van apareciendo en sus rostros con los primeros acordes de ‘Devil came to me’ los de las hermanas Llanos y demás integrantes de los Dover. Hubieran seguido de no ser porque doña Pía, la portera entró como un torbellino gritando –¡¡¡Jesús, Rosa, los niños están cocinando al vecino del ático con un montón de yerbas!!!
Todos salieron corriendo para evitar la escena de canibalismo que estaba a punto de producirse, momento en el que Pía aprovecha para coger el micro y la guitarra y es la mismísima Joan Báez cantando “No nos moverán”, cuando está terminando la canción, puño en alto, llega Valdetiestos, el del ático, con el pelo mojado, los ojos enrojecidos y algo despistado, espera a que Joan-Pía termine y coge otra guitarra uniéndose a ella con el rostro de Bob Dylan cantando a dúo “Blowing In The Wind”.
Esta misma mañana, Doña Caridad se ha presentado con bata de cola, flor en el pelo y manos en jarra diciendo que o la dejo cantar o me echa de mi agujero. Resignada le cedo el escenario y en la primera estrofa de “Ese hombre que tú ves ahí…” aparece ante mí la Jurado con todo su poderío y su melena de leona.
Mi vida ha cambiado desde que me estoy dedicando a este instrumento. He dejado de fumar sustancias con TCH y de beber alcohol por si tuviera que ver con mis visiones.
Pues, como le decía, señora Mor, la ardua lucha por mi supervivencia ha revolucionado a los vecinos del edificio y de querer echarme han pasado a okupar mi cubículo. Se turnan para actuar y hay gran afluencia de público que viene a ver lo que creen que es un espectáculo de travestis transformistas.
Estoy relegada a un rincón con mis ratones, ratas y cucarachas a las que he enseñado a tocar pequeños instrumentos de percusión para que acompañen a los Kiss de Torrijos, y con las que he creado un fuerte vínculo, pues se sienten tan ninguneadas como yo.
Por ello le solicito que haga lo que esté en su mano para que se insonorice mi habitáculo y me concedan permiso para montar un club nocturno estilo “underground” donde mi grupo y mis mascotas podamos dar rienda suelta a nuestro arte y de camino el show vecinal me deje unos cuartos para pagar el alquiler y alimentar el gran elenco de mis pequeños y peludos artistas.
Araceli Criss

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Carta de sor Amada Mientos, Superiora del Convento de Santa Luján. Calle del jueves, número 15

Me presento:
Mi nombre es sor Amanda Mientos, madre superiora del Convento de Santa Luján,  sito en el número 15 de la Rue de los Jueves y me dirijo a usted, joven y bella administradora, gracias a la intercesión de don Ricardo Perejil, nuestro abastecedor de fruta y verdura en exclusiva para el convento y santo varón donde los haya, ya que fue él quien nos dio su dirección para poder expresar nuestra desaprobación con esta comunidad que, dicho sea de paso, no es poca.
Vera usted, el convento linda con el edificio que con mano dura administra pero puede que, al no residir cerca como nosotras, no sepa usted el verdadero percal del mismo.
Salvando a nuestro idolatrado proveedor de chirimoyas y nectarinas, el Risca, el resto no tiene salvación divina posible y paso a detallarle la lista de pecados de los que somos testigos desde nuestra bendita casa de clausura.
La portería no hay por dónde cogerla; la señora Carmen se ausenta constantemente de sus obligaciones y deja allí a una tal Pía nosequé, que cohabita con un hombre que no es su marido. Eso ya se lo aseguro yo porque en el obispado no hay constancia de ello.
El vecino del primero A, profesor Salinas, mucho verso y mucha educación pero jamás ha llamado a nuestro torno a comprar algún dulce o a dejar una ofrenda. Nos consta que no está muy boyante pero, hombre de Dios, vivir al lado de un convento debería hacerlo contribuir a su subsistencia, qué duda cabe.
En cuanto al vecino del segundo B, señor Retruécano, he dado mi palabra a sor Therese de que no daría queja alguna. No sé qué le pasa a la hermana con este señor, pero es atisbarlo a través de la celosía de las ventanas y suspira como una adolescente enamorada. En fin. Una promesa es una promesa y estas monjas extranjeras, ya sabemos cómo son…
La adivina del segundo A es una pecadora redomada ¿Acaso se puede saber antes que nuestro amantísimo redentor cuál será el futuro? ¿Estamos locos? La Providencia es la que rige nuestros destinos y esa tal Teresa de Melindres debería cambiar su eslogan del YouTube por el de «Teresa, impostora y pecadora». Que mucho sacar a pasear el perro pero nos consta que se mete en casa de un vecino dos pisos más arriba. Un tal Antonio Dos-Adjetivos, creo que se llama. Con ese nombre debe ser un extranjero también.
Voy ahora con la vecina del segundo B. ¡!!Habrase visto tamaña desvergüenza!!! ¡!!Llenar su piso con huéspedes!! Sepa usted, señora Mor, que antes de que esa tal Caridad Hostelinni viera el negocio de alquilar camas, ya lo habíamos visto nosotras con el proyecto de una hostería que llamaríamos “Del laurel” para dar cobijo a los pobres y necesitados del barrio. ¡Pues esa víbora nos ha robado la clientela! ¡Hacerle la competencia al Señor!
No todo el mundo del bloque es tan abyecto, vaya usted a creer, si antes le hablé de Ricardo y de don José Luis con cariño, ahora tengo que salvar también a esa pareja cristiana y católica que piensa repoblar toda la calle en base a ese amor consagrado ante el altar. Hemos pedido varias veces el certificado de matrimonio eclesiástico al obispado y sigue sin enviarnos nada, pero solo viendo que ya van a por el quinto retoño… no nos cabe duda de que además, deben ser catequistas.
De las dos psicólogas del Tercero B no quiero ni hablar. Para mí que son… ya sabe… de la acera de enfrente, de la cáscara amarga… lesbianas ¡vamos! Todos los días juntas para arriba y para abajo y tanta risa y tanta confidencia… Ay, señora Mor, ahí hay tema que te quemas.  Se lo digo yo que vivo rodeada por mujeres y sé lo que me hablo.
De la chica de la alcantarilla poco puedo decir. Pobrecita, asomando la cabecita por ese agujero cada dos por tres, como un pajarito en su nido. Esta miseria que nos trae el gobierno va a dar lugar a que empecemos a ver mucha más gente así. Estoy deseando que todo esto acabe para pedirle que abrace al Señor y entre al convento como novicia. Estoy segura de que aceptará encantada la propuesta.
Y por último, lo peorcito del edificio. Un loco que vive en la azotea, que bebe cerveza, fuma unos cigarros muy raros y ¿quiere oírlo? ¡! Se pasea desnudo por la terraza todas las mañanas!! Que a mí no me importa, porque antes de monja fui bailarina del Pole Dance, pero es que mis monjitas, almas cándidas y puras, se pegan tortas por coger el mejor sitio en la barandilla y cualquier día se me cae alguna y tenemos una desgracia. Haga el favor de comunicarle que no exponga así sus vergüenzas o pesará sobre su conciencia el posible accidente de estas mojigatas.
Nada más, espero que tome las medidas oportunas y podamos recuperar la paz y el sosiego perdidos. Rezaremos por usted y ese becario la acompaña. Recuerde, cásese como Dios manda o el obispado tendrá noticias.

Comentarios

  1. Excelente propuesta, magníficos resultados. Mucha diversión y risa. Vida entre líneas. ¡¡Cracias!!

    Ceci

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  2. Hola, 🙋 ya conozco a todos los inquilinos de 13 rue del Jueves. Ahora iré carta a carta con las quejas...

    (sois todos estupendos) 🤣🤣🤣

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  3. Gracias, Ceci y Pepi. Por ser parte y por leer.

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