Panza de burro
Esta es la historia de dos niñas canarias que viven en Tenerife junto a la falda del vulcán, rozando las nubes bajas, grises y arrugadas como papas que parecen la panza un burro. En las vacaciones de verano nadie las lleva a la playa —a una hora de camino, que no todas las islas son mar— porque la familia de una despacha en la venta del pueblo y la familia de la otra trabaja en el Sur, construyendo pisos o limpiando hoteles y casas rurales para turistas. No les queda otra que gastar los bochornosos días en la calle, una larga y empinada por la que solo pasan los perros callejeros, las abuelas solitarias y algún que otro guiri jediondo que se pierde en su bemeuve y avisa de su llegada quemando rueda y embrague. En este lugar del mundo cuajado de vírgenes, mojo aguado, mijo, gofio, queque de yogur, bocadillos de chorizo perro con queso y sopa de cebolla, la superstición lo impregna todo mientras ellas juegan a barbis que ejercen la prositusión y se pelean por un ken con el que casarse o van a hablar por mesenye con desconocidos al centro social o de excursión al campo con quinquis que las arrinconan y les meten mano.
Andrea Abreu escribe en su asombrosa voz canaria esta historia de amistad, de iniciación, de descubrimiento de una misma y del resto, con una crudeza que puede resultar feroz y rasposa pero también, cándida e inocente hasta el tuétano. ¿Cuantas cosas contiene una niña? Abreu no ocultará ninguno de esos secretos indecibles ante los mayores a los ojos de quienes la lean y mostrará la grandeza como muestra la miseria, sin un fisquito de pudor y con naturalidad, para que podamos tocarla, saborearla y olerla. Sobre todo, olerla. Es por esta manera de narrar sin omitir los detalles más escatológicos que me recuerda a escritoras como Cristina Morales o Elisa Victoria cuyos estilos no dejan de sorprenderme al no elidir ninguna de las necesidades fisiológicas y hacer del cuerpo la parte indispensable de sus novelas. Y aquí están estas dos niñas que se estriegan, que se acercan al sexo sin música de violines de fondo (todo lo contrario), con estreñimiento, vómitos, diarreas que tocan con las manos. Pura física, pura materia. Vísceras deletreadas. Porque más allá de todo, de la tiranía del crecer en la pobreza, está la infancia salvaje de estas niñas, de muchas niñas, misniiiñas, siempre juntas y acompañándose las unas a las otras.
Ahora os cuento un secreto, compré este libro solo porque leí un fragmento tan sencillo como maravilloso que os muestro.
(...) Isora me acompañaba a mi casa. Ella siempre me acompañaba.
Y yo la acompañaba a ella.
Y ella me acompañaba a mí.
Así, como los pac de yogures de la venta, como ella dijo una vez.
No he encontrado en mucho una manera mejor de describir lo que es la verdadera amistad y que me enseñó mucho antes mi compañero de vida; un amigo de verdad es el que se desvía de su camino para acompañarte.Que una verdadera amiga, una de verdad, es la que se desvía de su camino para acompañarte un rato.
(...)y me di la vuelta y le dije shit, acompáñame aunque sea hasta cas los homosecsuales, acompáñame, chacho, que yo siempre te acompaño.
Pobres niñas, me costaría leerla. Tu descripción impecable y real.
ResponderEliminarDe nuevo una reseña genial. Me encanta como usas el lenguaje continuando el del libro
ResponderEliminarGracias María. Nos muestras el libro de tal manera que nos empuja a abrirlo y sentir esas vidas.
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