Autobiografía de Marilyn Monroe
Confieso mi absoluta mitomanía —en su segunda acepción del diccionario— con Marilyn Monroe. Yo, que no admiro en demasía a nadie que no conozca de cerca, es ver una imagen de esta mujer y me quedo embobada, atrapada por la manera que tenía de mirar a la cámara y posar, mostrando al mundo lo que al parecer no era. Algo así hacemos hoy en día todos, ¿no? Ahí está Instagram o Facebook con sus filtros y fotos felices en cualquier circunstancia, por si quedan dudas.
La cosa es que yo no guardo estampitas de santos ni hago acopio de imágenes de vírgenes pero de Marilyn las coleccionaría todas. Le haría un altar con velas, luces de camerino y misas en latín en todas y cada una de las rejillas de ventilación del metro. Me gusta ese halo que desprende, da igual los años que pasen, que ella no pasa de moda. Qué le voy a hacer, hasta podría llegar al éxtasis, arrobada cual Santa Teresa, hojeando las preciosas y lacadas páginas de los libros que tenemos de ella en casa. Sorpresas que te llevas cuando unes tu biblioteca a la de tu marido, esto es un matrimonio consumado, que de cine aportó un buen número.
Este verano con motivo del aniversario de su muerte, vi en la 2 el documental titulado «Love, Marilyn», hecho a partir de sus propios poemas, cartas y notas. A las pocas semanas un amigo me recomendó esta «Autobiografía de Marilyn Monroe», más que en alusión a la actriz, en alusión al autor, Rafael Reig, del que los dos estábamos leyendo algo a la vez. No tuvo que insistir; con ese escritor y ese título, ya sabía yo que lo iba a buscar. Imagino, por las similitudes con «Love, Marilyn», que Reig escarbó en estas notas y escritos y que antes de escribirla, la escuchó. Luego me vine a enterar —aunque eso no le resta maestría al libro— que la novela respondió al encargo de una editorial.
La Marilyn de la novela es la mujer de 36 años que está cerca del final. Sola, alcohólica y adicta a las pastillas, sí, pero sabia y atrozmente lúcida, también. Su voz, única voz que escuchamos, como la protagonista absoluta que es, está dirigida en todo momento a Andrew, Andy en la intimidad de la consulta, un psiquiatra que la recibe cuando ya no quedan amigos ni amantes ni familia ni directores de cine cerca. Un desconocido y la necesidad de contar sin tapujos. Buen cóctel.
Nunca, jamás se llega a conocer del todo a una persona por muy famosa que sea y por muchas intimidades que ella misma o la prensa se encarguen de airear. La niña abandonada, maltratada y violada que, por más que suene a tópico no deja de ser una realidad, necesitó lo que todas y todos en esta vida anhelamos, que nos quieran, que nos digan lo bien que hacemos a veces esto o aquello, que nos acepten sin reticencias ni condiciones. Pase lo que pase, queremos que nos quieran a toda costa.
Hasta en una cena en la que coincidió con Carson McCullers (ahí es nada) e Isak Dinesen, esta última señaló que Marilyn era increíblemente bonita y que le recordaba a un cachorro de león. «Cuando lo ves te encantaría llevarlo a casa pero yo no lo recomendaría».
He leído el libro con la fruición que hojeo sus fotografías. Me lo he bebido sin pestañear. Me he sentado en un lado de su diván y he asistido fascinada a la terapia. Luego, cuando he buscado de nuevo algunos fragmentos del documental en internet, me topo con titulares obscenos que no necesito ni aportan nada a mi admiración como el hecho de que la encontraron desnuda, sin dientes, boca abajo y amoratada. Que tenía el pecho pequeño y que sus efectos personales, metidos en una misteriosa maleta que nadie al parecer nadie reclamó, fue comprada en subasta por un mago japonés.
Y es que Marilyn es inagotable, sus películas, sus fotos eróticas para un calendario, la manera en que solo ella fue capaz de cantar el odioso cumpleañosfeliz y hacer que sonara sensual. Está todo en la red, como un icono triste, bello y roto. Como un buen personaje, cuya máscara la ocultó hasta el fin del mundo y de sí misma y que, por desgracia, la convirtió en inmortal. Lo que no sé es si a ella le gustaría.
Lo que quiero contar
es lo que tengo en la cabeza
platos sucios
deseos sucios
flotando
alrededor
antes de que yo muera
MARILYN MONROE
(Poema garabateado para Norman Rosten en los años cincuenta).
Es de lo poco que no he leido de Rafael Reig, pero con esa reseña lo tendré que hacer. Y más habiéndotelo recomendado yo.
ResponderEliminar¡¡¡Qué buena reseña!!! La verdad a mi nunca me ha atraído la Marilyn, quizás por prejuicio, estereotipos o por ignorancia. Solo sé que hace poco tiempo se puso más famosa de lo que ya era, más que nada como un símbolo de la incomprensión y de cómo podemos ser tan prejuiciados como yo que no le habíamos dado la bola que se merecía. La verdad lo más que podría decir de ella es sobre la foto icónica parada sobre la rejilla de ventilación del metro que me encanta, el modo en la que la inmortalizó Andy Warhol, que fue amante de JFK, la obseción que tenía por ella un compañero mío argentino en la universidad de NY, lo envidiablemente estupenda que era o la empatía inmensa que le tenía al saber que sufría de tristeza crónica. Tu reseña me invita a acercarme a ella sin prejuicios, y no solo porque de por sí ella es un bestseller.
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