El Gran Gatsby

Hay cosas que todo el mundo debería hacer, al menos, una vez en la vida y leer «El Gran Gatsby» es, sin lugar a dudas, una de ellas. Dicho esto, dejo de pontificar y os cuento alguna cosilla.
Durante años yo misma me resistí a leerlo. Primero, porque me parecía una historia muy lejana en cuanto a personajes, tiempo y espacio ya que está situada en los años 20 del siglo pasado. Segundo, porque siempre había otros clásicos que me apetecía leer antes. Tercero, porque cada vez que lo cogía de alguna estantería, encontraba al momento otro título que me atraía con más fuerza y Fitzgerald volvía silencioso a su lugar, sabedor de que, tarde o temprano, volvería a buscarlo. Así, entre tiras y aflojas, hasta que por fin, no sé si porque nada me distrajo o porque lo cogí delante del librero que me miró fijamente y ya me dio apuro volver a soltarlo, decidí dar el paso: comprarlo y empezar a leerlo.

Lo dicho, todo el mundo debería leer «El gran Gatsby» una vez en la vida. Porque aunque es cierto que transcurre en Estados Unidos hace ya un siglo y es una historia contada por un pijo que observa a otro pijo mientras hace cosas de pijo rodeado de muchos pijos, es también una obra maestra de la literatura universal. Y la literatura, la buena, es atemporal.

Decía Virginia Woolf que la única obligación de un conferenciante era ofrecer al oyente una pepita de verdad pura. Una sola cosa, pequeña pero cierta, que poder llevarse a casa anotada en un libreta aunque después nos olvidenos de ella. A ver…esto lo escribo de memoria pero puedo asegurar que la interpretación, aunque muy libre, es la correcta. Bueno, a lo que voy, en «El Gran Gatsby» hay un huerto completo plantado de pepitas de verdad pura. Montones. Está lleno de frases perfectas —y no es fácil que en un buen libro haya más de una—, llenas de sentido y de vida. Léelo y, si el libro es tuyo, no sueltes el lápiz. Te sorprenderá la cantidad de cosas que tienes que subrayar para volver a leerlas una y otra vez. Prueba a leer la primera página y encontrarás uno de los principios más potentes de la literatura. Un mantra que acudirá a tu memoria más veces de las que imaginas.

"En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza.
Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien –me dijo– ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas"
«El Gran Gatsby»  anticipa un futuro que aún no había pasado pero que su autor ya fue capaz de vislumbrar. Los grandes  escritores y escritoras son, entre otras cosas, visionarios de sus sociedades. En Kafka tenéis un grandísimo ejemplo.  Fitzgerald habla de lo que en nuestra economía ya ha pasado de manera reciente y dolorosa. Habla de lo que volverá a ocurrir, porque no hemos hecho nada para no repetir la historia. Pero también habla del ser humano, de sus miedos y carencias, que somos capaces de convertir en el acicate de nuestras vidas de manera acertada o incorrecta. Habla del amor, de la mentira, del engaño a los demás y a uno mismo, de los espejismos por los que nos atrevemos a todo. Habla, cómo no, de muerte, y habla de nosotros y de los demás. De los “afortunados” y de los “desgraciados”, en definitiva del sucio y repugnante orden del mundo. Habla de tantas y tantas cosas que solo puedo pedirte que tú sí cojas el libro de la primera estantería en que lo encuentres y no hagas como yo, no vuelvas a soltarlo. Después, léelo, repito, al menos una vez en la vida.

Para terminar, una pregunta de taller: ¿Por qué F.S. Fitzgerald elige a este narrador (testigo o periférico) para contar la historia? ¿Por qué no cuenta El Gran Gatsby su propia vida?
Hablaremos de esto en clase si tenéis curiosidad.

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