La hija del optimista

Me debía esta lectura. Había leído ya a Flannery O´Connor (1925-1964), a Carson McCullers (1917-1967) y faltaba ella; Eudora Welty (1909-1987). Las tres grandes escritoras sureñas estadounidenses del siglo XX fueron mujeres con un talento poco común para aprehender la humanidad que rezuman los personajes verdaderos (que no de verdad) y los lugares reales que, sin embargo, solo existen en los recuerdos y los recuerdos, como dejó escrito Eudora en su libro de memorias; son vulnerables.

Con La hija del optimista, publicada en 1972 y galardonada al año siguiente con el premio Pulitzer, descorremos con absoluta ligereza la pesada cortina del espacio tiempo y nos adentramos, como en una maravillosa película, en la vida de Laurel McKelva, hija única de un juez de Mount Salus y una maestra, Becky Hand, fallecida hace años.

Laurel es descrita con una precisión y sencillez que recorrerán toda la novela: Era una mujer enjuta, de rostro hierático, a medio camino entre los cuarenta y los cincuenta, con el pelo aún oscuro. Vestía ropa de buen corte y tejido, aunque el traje era demasiado abrigado para Nueva Orleans y tenía una arruga en el bajo de la falda. Parecía que sus ojos azules se habían pasado la noche en blanco. Acabada de llegar desde Chicago, ciudad en la que vive y trabaja de manera independiente, nos introducimos, siguiéndola, en la consulta de un médico —viejo amigo de la familia— a la que acude por un problema de salud del padre, el juez ya jubilado, con la compañía de la nueva esposa de este; Fay, más joven que Laurel y, a todas luces, en las antípodas de su educación y modales.

El libro está dividido en cuatro capítulos durante los que se desgranan escenas sensacionales que ponen de manifiesto la maestría narradora de su autora. Poco a poco, nos adentra en la enorme casa de la familia McKelva, en las relaciones sociales que sus habitantes entablaron dentro de la comunidad y, de manera más lenta, nos adentramos en la propia Laurel, cuyo saber estar y ecuanimidad se irán resquebrajando ante nuestros ojos. Y va más allá todavía, porque la vida, el amor, la muerte y los recuerdos —sobre todas las cosas importantes, los recuerdos— son esparcidos con la delicadeza y plasticidad que solo una buena escritora podría llevar a cabo.

La historia crece en cada página sin que seamos conscientes de la dimensión que alcanzará y su lectura es tan fácil que no cuesta nada sumergirse en este mar sureño de costumbres, cotilleo, clases sociales, estanterías de libros con polvo y platillos de porcelana con pasteles y pan blanco casero.

Un artificio perfecto y preciso para reunir en sus páginas toda la grandeza de la vida. Porque a los personajes, nos dice Welty, no podemos colgarles etiquetas que expliquen sus posturas. Nadie es completamente bueno o completamente malo. "La gente no personifica el acierto y el error, el Bien y el Mal, lo blanco o lo negro". Este libro materializa toda esta cuestión. Las contradicciones del ser humano, los diferentes puntos de vista que tienen los relatos, los motivos y las razones de cada cual, que no son siempre las mismas ni parecidas.

Me debía esta lectura, como he dicho, y hasta la he releído en algunas partes al acabar porque, como explica Félix Romero en el prólogo de esta edición de Impedimenta, La hija del optimista es una novela perturbadora y de un negro transparente.

No podría haberla descrito mejor.


Comentarios

  1. Nada, me la apunto, tiene una pintaza, pero baja el ritmo que no hay quien te siga. Jajaja. Gracias por tus recomendaciones. Besos.

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    1. Lo mismo, pero bajadlo las dos! No puedorrrll con tanto!

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  2. Uuuy, yo voy a tener que vivir hasta los 120 años con la cabeza buena para tanta recomendación. Por suerte existes, María. Qué haría yo sin ti, perdida en la traducción de las tierras del oeste americano.

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  3. Además, puede que esta sea la historia de mi hija, pues no pierdo el optimismo de leer todo lo que recomiendas ;)

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  4. Perdida en la traducción de las tierras del oeste americano es una frase interesante...
    Te has ido tú y yo soy la que anda lost in traslation.
    Curiosos intercambios los nuestros.

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  5. En 120 años solo te lees la cuarta parte, Pía, y leyendo 24 horas al día. A ver sí por lo menos llegamos al comentario número 500.

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