Las intermitencias de la muerte

El cementerio de Assistens Kirkegard es uno de los lugares más bellos de Copenhague por lo que no se me ocurrió sitio mejor para fotografiar el libro que andaba leyendo por tierras danesas e inmortalizar, paradójico verbo en este contexto, la imagen que acompaña la nueva entrada del blog. Las intermitencias de la muerte, de José Saramago. Puede parecer un sacrilegio pero he de decir que lo hice con todo el respeto y teniendo cuidado de no desvelar con mi objetivo los nombres esculpidos en la piedra. Nada me gustaría más, si mis restos descansaran bajo tierra, que alguien, alguna vez, apoyara sobre mi lápida un buen libro y sacara una foto. Tiene desde ya, y por escrito, mi permiso.

Antes de traspasar la verja de lo que parece la entrada a un bosque en mitad del asfalto, en una gran piedra del suelo puede leerse en latín y danés: La tierra tiene tu impronta. Assistens es un parque con jardines por los que perderse sin miedo (asociamos el miedo a la muerte y a los lugares en los que esta se simboliza) y es en la ciudad un lugar de encuentro, repleto de bancos y césped sobre el que puedes sentarte o tumbarte a leer, tomar algo o disfrutar del aire puro y la tranquilidad que aquí, doy fe, se respiran. Ciclistas, mamás y papás con sus bebés y hasta grupos de niños y niñas andaban por allí de visita la mañana que César y yo atravesamos sus muros. Incluso, en una de las salidas, dentro aún del cementerio, hay un parque infantil con columpios que, siendo los daneses como son; prácticos y funcionales ante todo, me consta que deberá estar concurrido en otras épocas del año o a otras horas. Nada que ver el tratamiento que de estos espacios hacen nuestros vecinos nórdicos con el que hacemos aquí, algo que cuando salgo no deja de producirme cierta envidia por esa pátina de liviandad que consiguen darle otras culturas a estos lugares, tan cerrados, claustrofóbicos y marmóreos cuando los diseñamos por esta parte del mapa.

Porque este cementerio creado en el 1700 para la gente humilde, terminó siendo uno de los más famosos de la capital de Dinamarca, acogiendo entre sus muros al filósofo Soren Kierkagaard, el físico Niels Bohr o el escritor universal Hans Christian Andersen, autor de muchos de los cuentos que forman parte infancias como la mía. De hecho, en este viaje he vuelto a releerlos con cariño y añoranza al encontrar en una tienda y en español una edición que reúne El patito feo, El vestido nuevo del emperador, El soldadito de plomo o La princesa y el guisante, por citar algunos.

Todos ellos son obra de Andersen y de la tradición oral danesa. Un ejemplo es la bella y triste historia de "Agnete y el sireno" que tiene, como La Sirenita, su particular escultura en la ciudad ¡bajo el agua! de uno de sus canales.


A César y a mi nos contó la historia Juan Pablo, un guía argentino, ateo (lo dijo él) y simpatiquísimo (lo digo yo), que la narró con todo lujo de detalles previa advertencia; a los daneses les gustan las historias tristes y sin final feliz. Cuánta razón tenía. Aunque a mí me pareció un cuento de lo más curioso.
Sin llegar a la teatralidad con la que Juan Pablo adornó el cuento, diré que una vez una chica, paseando junto al agua, divisó un bello sireno del que se enamoró perdidamente, que es como hay que enamorarse en los cuentos. Para poder vivir con él, hubo de abandonar su mundo terrestre y sumergirse bajo el agua al lado de su amor. Se casaron y en ocho años, tan solo ocho —recalca con malicia Juan Pablo—, Agnete ya había parido siete hijos. Una mañana, mientras sostenía en brazos al pequeño, escuchó las campanas de una iglesia cercana y al mirar hacia arriba sintió deseos de acudir a misa. Bajo la férrea promesa a su esposo de no hablar con nadie —ni bailar, ni beber, ni enseñar las piernas, ni mirar a otros hombres— y regresar al agua enseguida, Agnete volvió a respirar aire, a pisar tierra y, esto es de mi propia cosecha, a sentirse liberada. El caso es que decidió que no volvería más junto a su familia que, como puede verse en la imagen, lloró amargamente su ausencia mientras le hacía señas desde el fondo para que regresara. Fue para nada.

Menuda historia. Solo un detalle para quienes quieran ir a ver a la desolada prole de Agnete, durante el mes de agosto la escultura se saca del agua para labores de mantenimiento por lo que la imagen de arriba está tomada de Internet. No pudimos verla in situ.

Volviendo al libro de Saramago, que en mi memoria siempre quedará unido a este viaje, sus relatos y paisajes, fue mi regalo de fin de curso en el taller de Valencina cuya "amiga invisible", Cary, tuvo muy en cuenta mi petición a la que, por si fuera poco, añadió otro precioso libro de relatos titulado: "Algunas mujeres" de Mary E. Wilkins Freeman y del que ya hablaré en otra ocasión.

Solo el comienzo de Las intermitencias de la muerte es ya una demostración de intenciones porque contiene el argumento, el conflicto y el misterio. Leer la primera frase es querer saber qué, cómo, cuándo, dónde y por qué. ¿Quieren comprobarlo?

Al día siguiente no murió nadie.

Y así es. El 1 de enero (no dice de qué año por lo que podría ser cualquiera), en un solo país (del que tampoco aporta el nombre pero sí alguna pista), empieza a no morir nadie. El hecho, a priori maravilloso y motivo de júbilo general, revela a no mucho tardar una serie de problemillas que no tardan en ser catalogados de graves.
A las protestas de las funerarias, cuyo negocio se resiente de manera fulminante, se suman los hospitales, ya de por sí atestados, las residencias de ancianos, atestadas también y, cómo no, la iglesia, (con la iglesia hemos topao) ya que sin el concepto de la muerte todo lo predicado dejaría de tener sentido, por aquello de la resurrección y otras hierbas, aunque ya veremos que la religión es moldeable y nada tiene que ver con nada. Ni de este mundo ni del otro. Que ya  lo dijo Groucho Marx: Es cierto que hay otras vidas, pero son más caras.
El libro no tiene personajes concretos salvo para hechos puntuales en los que el narrador (que rompe el marco narrativo constantemente y merece nuestra atención) nos acerca a alguno, ya que el personaje principal aquí es colectivo; un país entero protagoniza la historia a través de su gobierno y gobernantes, todos ellos hombres, que tampoco tienen nombre pero sí cargos. De esta manera asistiremos a las deliberaciones del "problema" y sus increíbles y desesperadas "soluciones" mediante la kafkiana burocracia que lo engulle todo hasta el esperpento y el patetismo más descarnado.
Corrupción y maphia (con ph para "diferenciarse" de las otras) no tardan en aparecer ¿o es que siempre han existido? y la trama se complica de manera cómica a veces y seria otras, en cada una de las situaciones que se irán dando por mor de la inmortalidad. Así hasta que la propia muerte, en carne mortal, envía una carta a la televisión anunciando su siguiente paso.

Ahí lo dejo, como se dice por mi tierra "en lo mejor del querer", ya que queda mucho por delante. Saramago en estado puro. Una reflexión originalísima sobre la sociedad, la política y la época en la que vivimos. Grande.

Por cierto, que aún no los he presentado: Andersen, aquí Saramago, un buen amigo. Saramago, aquí Andersen, un viejo amigo.
¡Encantada!

Ay, la vida.
Si no fuera por estos ratitos...


Comentarios

  1. Maria siempre muestra la forma tan sencilla de enseñarnos como disfrutar de cada libro, mil gracias por tanto.😘😘😘

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  2. Ay, me dejas con el alma llena y el estómago con hambre de más. Un placer leerte y las fotos... sugerentes, enigmáticas y bellas. Gracias.

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